Me vienen ganas de morirme porque entonces todo el mundo hablará bien de mí. Incluso algún hijo de puta que he conocido. Es lo que le ha pasado a Suárez. Algunos de los que ahora lo han dejado por las nubes ayudaron a destrozarlo. Por eso me prometí que, cuando falleciese el expresidente, no hablaría de él. Entre otras razones porque ya lo hice en el 2007 (con siete años de antelación, perdonen la medalla). Pero las promesas, a veces, están para incumplirlas.
Entonces, en efecto, le rendí mi particular homenaje y aunque yo sea un mindundi de la prensa alguien más se podría haber apuntado. Los homenajes hay que hacerlos en vida, no cuando el homenajeado ya no está. La vida, en todo caso, ha sido injusta con Suárez. Desde luego, una mente privilegiada como la suya no se merecía acabar con Alzheimer. Aunque me temo que esto no podemos escogerlo: ahí está también el caso de Pasqual Maragall. Tampoco desde luego que su mujer, Amparo, y su hija, Mariam, fallecieran de cáncer. Enfermedad que también ha golpeado a dos de sus hijas, Sonsoles y Laura.
A Suárez, digámoslo claramente, todo el mundo le hizo la cama. Fue la primera operación de acoso y derribo de la democracia. El Rey lo dejó tirado, su partido lo traicionó, el PSOE se cebó con él, los militares veían el demonio. Quizá otro con más temple o con más fuelle -en plan Churchill- habría resistido hasta el final pero él prefirió tirar la toalla. Creo que lo hizo pensando más en el país, que en él mismo porque otro se habría aferrado al sillón.
A mi Adolfo Suárez me caía bien porque cada vez que mi padre -un hombre de orden, ustedes ya me entienden- lo veía en el Telediario le decía chaquetero, una palabra que se puso de moda al inicio de la Transición para los que en teoría habían cambiado de bando.
Y, de hecho, Suárez lo era porque era un hombre del Régimen -¡director general de RTVE en 1969!- que consiguió algo entonces casi impensable: que las propias Cortes franquistas se hicieran el hara-kiri. Por supuesto tampoco era un nacionalista catalán pero coño es que había nacido en Cebreros, provincia de Ávila. Y aún así restauró la Generalitat y dejó volver a Tarradellas.
Sí, ahora está de moda criticar la Transición, pero en esa época -con 80 muertos de ETA al año- el ruido de sables se oía hasta en la calle. Ahora, Jordi Évole ha convertido el 23-F en un espectáculo televisivo pero, en realidad, fue un intento de golpe de Estado. Y hubo más. Como la Operación Galaxia.
Gracias por todo, Adolfo.
Xavier Rius es director del digital catalán e-notícies