A ver si lo entiendo.
A los mismos que hemos llamado hasta colonos, súbditos, "bestias taradas" e incluso ñordos -la denomincación de moda- son los que ahora tienen que salvarnos la temporada turística, ¿no?
Lo digo porque el martes pasado -tras la preceptiva reunión del Consell Executiu- la portavoz de Govern, Meritxell Budó, anunció una campaña a favor del “turismo nacional”.
A mí me subió la mosca a la nariz: ¿“turismo nacional” se refería a turismo catalán o turismo español?
Así que al día siguiente se lo pregunté en rueda de prensa telemática.
No contestó. Se fue por las ramas. Cosa que, por otra parte, tampoco es noticia.
“El turismo, en general, que suele venir a Catalunya”, respondió.
Luego la manida idea de que “somos una tierra de acogida”.
Creo que, en esta ocasión, confundió refugiados con turistas. Tampoco me sorprendería, la verdad.
“El turismo propio de nuestra tierra”, todavía terció.
Yo creo que temía un titular en plan “Budó acepta que España es una nación”, que hubiera hundido problablemente su carrera política. Si no lo está ya.
¿Pero cómo lo van ha hacer?
Porque a los españoles -incluso a los catalanes que se sienten también española- les hemos estado diciendo de todo.
Sin olvidar la excelente idea que tuvieron hace dos años los CDR de colocar cruces amarillas en las playas. ¡Hasta debajo del agua! Pobres pececillos.
Ahora vamos a tener que comérnoslas con patatas.
Una idea de bombero, sin duda. Otra más.
Debía dar un mal rollo estar de vacaciones, ir a la playa y encontrártela llena de cruces amarillas. Al fin y al cabo la cruz es el símbolo de la muerte por excelencia.
Entre otras razones porque Europa está plagada de cementerios militares.
España no participó en las dos guerras mundiales pero más allá de los Pirineos todo el mundo tiene un familiar cercano o remoto que murió en Verdun, en el Somme, en Normandía, en Auschwitz.
La idera -que consistía básicamente en asustar al turismo extranjero- era tan descabellada que cayó por su propio peso tras algunos encontronazos en Llafranch y Canet de Mar.
Pero luego está también lo de llenar los espacios públicos con lazos amarillos,
Incluso edificios oficiales. No hay ayuntamiento que se precie -preferentemente con alcalde de ERC, del PDECAT o de la CUP- que no luzca estelada en el balcón o pancarta por los “presos políticos.
Que conste que yo no descolgaría nunca un lazo amarillo -tampoco lo colgaría- aunque esté en la vía pública.
Y que, en el balcón de su casa, que cada cuál cuelge lo que quiera. Siempre que no sea una bandera del Estado Islámico.
Pero otra cosa, como decía, son los edificios públicos, que deberían mantener la neutralidad institucional.
Dicho esto: los que han llenado Catalunya de lazos amarillos ahora que no se quejen si no vemos un turista ni por asomo.
El turismo del resto del Estado es libre de escoger otros destinos turísticos.
No sólo libre sino incluso lógico: les hemos dados estando la matraca durante siete u ochos años de que España nos roba, de que nos íbamos o incluso de que eran unas “bestias taradas” -president dixit-.
Ahora es normal que -en caso de poder hacer vacaciones- prefieran irse a destinos turísticos sin símbolos políticos en las calles o incluso donde se sentirían incómodos.
Con el agravante de que, en Catalunya, hay 400.000 personas que viven del turismo. Lo dijo el otro día el diputado Santi Rodríguez (PPC) en el debate de Presupuestos y es hombre serio y riguroso en el manejo de las cifras: yo siempre me lo creo.
Es como aquella campaña de la ANC para incentivar el “consumo estratègico” que era, en realidad, un boicot encubierto.
En la última Diada, cuando deambulaba por la Plaza España, oía los anuncios por megafonía y me quedé de piedra.
El 40% de los productos catalanes se venden en el resto del Estado. -la fuente en este caso es Rosa Cullell-.
O sea que cómo este 40% se ponga de acuerdo en hacer lo mismo que los de la ANC -incluido el presidente de la Cámara de Comercio, Joan Canadell- no podremos vender ni una pizza Tarradellas.
El proceso ha sido, con frecuencia, un tiro en el pie. Pero a veces creo que más que un tiro ha sido una ráfaga entera.