Como se puede pedir el "fin de la represión política" escondido desde Bruselas? ¿Quién se piensa que es Carles Puigdemont? ¿Macià tras el complot de Prats de Molló? ¿Companys al día siguiente del 6 de octubre? Uno y otro asumieron su responsabilidad.
Sospechosamente algunos han tirado ya de hemeroteca y han recordado el éxito mediático de Francesc Macià durante su juicio en París. O incluso han comparado la escapada a Bélgica con el exilio de Tarradellas durante el franquismo.
Una de las tragedias de Catalunya es que el liderazgo político siempre ha oscilado entre el seny (Prat de la Riba, Tarradellas, Macià) y la rauxa (Companys, Macià y Puigdemont). Con el segundo, objetivamente, no hemos llegado a ninguna parte. Mucho follón y poca chicha. Agua de borrajas.
Porque hay que tener mucha sangre fría -o mucha jeta- para tomarse un café en la capital belga mientras ocho de tus consejeros declaran ante la Audiencia Nacional. Declaran y no salen. Por la noche, en un mensaje retransmitido por TV3, todavía les envió "todo mi apoyo”.
Si estamos como estamos es precisamente por culpa del ex presidente Puigdemont. El cargo le venía grande. El jueves pasado, hace poco más de una semana, hubiera podido convocar elecciones. Nos hubieran aplicado igualmente el 155, pero no hubiera ido nadie a la cárcel.
Aquella noche del miércoles al jueves -que espero que un día Santi Vila explique con pelos y señales porque tiene vocación de historiador- convirtieron el Palau de la Generalitat en una acampada nocturna. ¿Cómo se puede hacer caso de la CUP en estas circunstancias? Son los únicos que han salido indemnes.
¿Se imaginan a Churchill o a De Gaulle, en la soledad del cargo en plena II Guerra Mundial, dejándose aconsejar por cuatro iluminados? Una estadista, querida Pilar, sabe lo que tiene que hacer incluso con las circunstancias más adversas.
¿Cómo puede ahora Puigdemont hablar de "diálogo necesario" después de haber roto todos los puentes, quemado todo las naves?. Ha dejado un erial. Un vacío de poder. Un agujero negro. Tierra quemada.
Esto demuestra que todo el proceso era, desde un principio, un castillo de naipes. Estaba cogido con pinzas. En el fondo siempre confiaron en una salida negociada. Desde la época de Artur Mas, otro de los máximos responsables.
Por eso el soberanismo, aún en estado de shock, se ha apresurado establecer un nuevo mantra. Ahora resulta que los han metido en la cárcel por "cumplir el programa electoral". La consigna debe haber salido de la misma factoría porque ya les he oído decir desde Puigdemont a Gabriel Rufián.
No es verdad. Los han metido en prisión -sin duda una medida exagerada, fuera de lugar, desproporcionada- porque el Tribunal Constitucional advirtió un montón de veces que no lo hicieran. Y ellos, tercos, siguieron adelante.
¿Cómo puede decir también Puigdemont, a estas alturas, que "ya no es un asunto interno español"? Apelar a "la comunidad internacional" o a la Unión Europea. Proclamar que "millones de personas de todo el mundo asisten atónitas a estas horas de extrema gravedad". ¿Aún piensa que el mundo nos mira?
¿En qué mundo vive? Al final lo tomarán por loco. Incluso los del diario Ara, prensa amiga, reconocían este viernes el poco eco internacional. La prensa extranjera ya no se toma Puigdemont en serio. La fuga en Bruselas ha hecho mucho daño al prestigio de los catalanes.
¿Cómo puede también "exigir" la libertad de los ochos consejeros encarcelados? ¿Cómo se atreve enviar "a las familias de mis compañeros y amigos" todo su apoyo desde la habitación de un hotel de Bruselas?.
Pero, sobre todo, ¿cómo puede decir que "no podemos desfallecer" o que "lo tenemos que combatir”?. Ya lo dijo en su declaración el pasado 21 de octubre después de que el Consejo de Ministros aprobara el 155: "nos debemos conjurar para defender nuestras instituciones". A la hora de la verdad se fue de incógnito.
Lo siento porque tiene mujer e hijos. Pero si lo meten en la cárcel yo ya no lloraré por él. Lloré por los consejeros encarcelados porque, les hubiera votado o no -en las elecciones de 2015 ya me quedé en casa- eran los consejeros del gobierno de mi país. Pero para él dudo que lo haga.
Presidente, vuelva. Cuando antes mejor. Deje de jugar al gato y al ratón. Usted y los cuatro consejeros que todavía se esconden: Toni Comín, Clara Ponsatí, Lluís Puig y Meritxell Serret. Más vale asumir las responsabilidades con dignidad que ver todo un ex presidente de la Generalitat en busca y captura por la Interpol.
Supongo que, en el fondo, espera ser detenido en plena campaña electoral. Si es en las postrimerías, mejor. Piensa que esto lo rehabilitará a ojos de su partido y de su pueblo. Pero Carles Puigdemont ya pasará a la historia como el peor presidente de la Generalitat restaurada: el hombre que lo envió todo al garete.
A todos los indepes, processistes, estado mayor del proceso, diputados, dirigentes políticos, alcaldes que iban con la vara, palmeros de los medios de comuncación, intelectuales de medio pelo y pelotas en general: ¿estamos ahora mejor o peor que hace una semana cuando se proclamó la República catalana?
¿Tenemos más o nos hemos quedado literalmente en pelotas? Porque, en política, lo que cuenta es el resultado final. A la hora de hacer balance, hemos perdido hasta la camisa. Gracias a todos por contribuir. Sois uns destroyers. Habéis dejado el país hecho un desierto.