El otro día estabamos tan ricamente escuchando a Albet Soler en la Librería Bernat de Barcelona cuando oímos unos ruidos al fondo.
Tres o cuatro personas empezaron a proferir insultos como “rata”
E incluso amenazas del estilo: “Albert, vigila”.
Eso sí, iban armados con el móvil para dejar constancia de tan magna multitudinaria protesta.
Tuve la sensación física de que el proceso está acabado.
Al final se bastó el librero para desalojarlos.
Entre gritos del respetable público: “fuera, fuera”.
Uno casi se queda sin gorra.
Y proseguir con la presentación de su último libro, Un botifler en la Villa y Corte, con una escolta de lujo: Ramón de España y Víctor M. Amela.
La verdad es que, yo que soy un malpensado, pensé que era un espectáculo pagado por la propia editorial -o por la librería- para promocionar la obra.
Se quejaban, en todo caso, de un artículo publicado por el autor sobre Pablo Hasél en El Periódico:
Entre otras cosas decía así: “Hasél se negó a que le realizaran la prueba intestinal porque los agentes de policía querían asistir al evento -una colonoscopia-, y eso sí que no, que una cosa es que te profanen el culo y la otra tener espectadores del acontecimiento”.
El columnista terminaba explicando que el “insigne rapero” de había quejado de “traro inhumano” en prisión.
Acostumbrado a otros artículos de Albert Soler no me pareció especialmente sangrante.
Al contario, me sorprendió que partidarios de Pablo Hasél -que estuvieron quemando contenedores en Barcelona durante once días- se mostraran ahora tan sensibles a la crítica periodística.
Yo le habría hecho pagar los desperfectos y el costo del despliegue policial. A él, y en caso de insolvencia, al padre porque es hijo de una familia pudiente de Lérida.
Pero he de confesar que, al principio de la algarada, tuve que hacer un esfuerzo de memoria.
Como si fuera un fantasma: ¿Pablo Hasél, quién es Pablo Hasél?
Porque lleva más de un año en prisión y quién se acuerda ya de él.
Como otros ilustres representantes del proceso -aunque él no era un lacista auténtico- que ya son también agua pasada.
Dentro de unos años, en una cena de amigos, podremos jugar a las adivinanzas.
Como cuando, cuando éramos jóvenes, jugábamos al Monopoly o al Parchís..
"¿Cómo se llamaba aquella consejera de Cultura que llevaba un kilo de laca en la cabeza?", nos preguntaremos
"¿Vi …? ¿Vila …? ... ¡Vilallonga!"
"¿Y aquel de Interior que cesó Torra tres semanas antes de dejar el cargo?"
"Miquel, Miquel … ¡Miquel Sàmper!"
Aunque a éste lo colocaron en la Comisión Jurídica Asesora a 4.000 euros el informe.
"¿Y Miquel Buch, qué se ha hecho de Buch? Aquel que casi rompe a llorar cuando se enteró, en un acto con Mònica Terribas, de la destitución".
He de confesar, sin embargo, que en el caso de Pablo Hasél tengo problemas porque, como soy poco melómano, siempre lo confundo con Valtònyc.
Al final los ditingo porque el primero lleva barba y el segundo polos Lacoste
de, mínimo, 50 euros la pieza.
Hoy ha vuelto a salir a ver por TV3 y llevaba uno de ellos.
Una manera como cualquier otra de demostrar que es un antisistema convencido.
No obstante, lo peor estaba todavía por llegar: la visita luego de los Mossos d’Esquadra.
Aparecieron dos señores de uniforme cuando ya había pasado todo.
En el caso de aparecer en el momento justo -y de haber sido más violentos los otros-, no sé cómo se lo hubieran hecho.
Porque me parecieron tan formales que pensé que habían asistido a la presentación vestidas de uniforme en vez de personarse por un incidente.
Suerte que los Mossos no están desplegados en Ceuta o Melilla. Porque en caso de asalto vilento a la valla, con aquellos jóvenes tan fornidos, no sé cómo se lo harían.
Eso sí, ya saben que el conseller Elena está empeñado en la feminización del cuerpo. Incluso de los Bomberos.
Espero que dentro de unos años, en caso de incendio, no tengamos que llorar algún muerto al que no han podido evacuar por falta de poderío físico.