Ahora entiendo por qué al proceso le pusieron el nombre de una novela de Kafka.
Vamos a recapacitar: la CUP exige un nuevo referéndum esta legislatura.
Pero, como les preguntó una compañero de TV3 el pasado martes en rueda de prensa: “¿Por qué hacer un nuevo referéndum si ya se hizo el 1 de octubre?”
Desde un punto de vista independentista la pregunta es de una lógica aplastante.
Fíjense, además, que la CUP ya no pide la independencia. Ahora pide otro referéndum.
De hecho, en el programa electoral de las últimas elecciones ya la dejaban para … ¡el 2030!
Es una manera como cualquier otra de seguir viviendo del cuento.
No hay nada peor para un partido antisistema que integrarse en el sistema: los escaños, los sueldos, las subvenciones, las asesorías, las vicarías.
ERC y Junts han acordado en cambio que el futuro referéndum tiene que ser “acordado con el Estado español”.
Es como dejarlo sine die. Todo el mundo sabe que no cabe en el marco institucional español.
Hasta Pedro Sánchez, que habitualmente es de medias tintas, lo dejó claró tras la reunión de la mesa de diálogo: “ni referéndum ni amnistía”.
Republicanos y neoconvergentes han puesto como excusa que sólo un referéndum pactado puede “sustituir el mandato político del 1 de octubre”.
Es una gran excusa. Como si el 1-0 hubiera servido para algo. Ni los observadores internacionales pagados por la Generalitat -e invitados a pan y cuchillo- le dieron validez.
Me alegro mucho de que ambos partidos hayan bajado del burro.
Especialmente Junts, que se las daba de valientes.
Supongo que son conscientes de que no pueden tensar la cuerda del gobierno -ya lo hicieron con la mesa de diálogo- más de lo debido sin poner en riesgo los cargos, las nóminas, las canonjías.
El dinero.
Además, Pere Aragonès anunció el mismo martes que pensaba “culminar la independencia de Catalunya” esta legislatura.
Pronunció casi una quincena de veces la palabra “independendencia” durante su discurso.
Además de “libertad nacional” o “liberación nacional”, entre otras expresiones.
Si lo intenta mal porque Catalunya, que ya está escindida por la mitad, se va al carajo.
Con serio riesgo de enfrentamiento civil.
Si no lo intenta también mal porque faltará a su palabra dada de manera solemne ante el pleno del Parlament durante un debate de política general.
En resumen -y perdonen mi impotencia- Catalunya no necesita periodistas para describir la realidad y mucho menos para interpretarla: necesita psiquiatras.
Vayan mandando trenes cargados de expertos en salud mental como recomendó Ignacio Vidal-Folch en un lejano artículo publicado en el 2014.
Me va a permitir también Ramón de España plagiarle el título para esta modesta columna de un libro premonitorio que sacó en el 2013.
Habrá que ir pensando en hacer un homenaje a tan ilustres psiquiatras catalanes que, temporalmente, se dedican al periodismo.
Yo ya no entiendo nada.