Ahora que ha pasado el proceso -o al menos hasta que no vuelva a empezar- vamos a hablar de cosas importantes: la inmigración, por ejemplo. Otros dos graves problemas son la sequía y la energía.
Como nos recordaba recientemente el periodista Ignacio Cembrero, uno de los especialistas en la materia, ha habido una avalancha de pateras en el 2017: 20.000 inmigrantes en un año. Una cifra que no se alcanzaba desde 2006.
La mayoría del Magreb: El 23% son marroquíes y un 21%, argelinos. Parece evidente que, con el endurecimiento de los controles fronterizos en Europa del Este, los que quieren llegar a Europa utilizan ahora la ruta del Mediterráneo Occidental para intentar llegar al continente.
Vamos a ser francos: es un drama pero hasta que España no diga que devolverá a todos los llegados sin papeles van a seguir viniendo. Ya lo dijo un día, aunque nos pese, la líder del Front National, Marine Le Pen, en una entrevista en el 2014.
“Lo de Melilla se soluciona quitando la Sanidad a los inmigrantes. Si no lo hacemos así, seguirán viniendo por miles a probar suerte en el Estrecho”, afirmo entonces a raíz de una de esas crisis migratorias periódicas en Melilla.
“Mientras que Europa mantenga una política atractiva para los inmigrantes, nadie les parará. Hay que poner en marcha una política disuasoria, lanzar una señal muy clara que diga que ya no tenemos nada que ofrecerles. No escolarizaremos a sus hijos, no les daremos ayudas sociales, ni alojamiento…”, añadió con toda crudeza.
La verdad es que el Estado del Bienestar europeo -muy superior en prestaciones incluso al norteamericano- es un poderoso atractivo para personas procedentes de países en guerra o sociedades fallidas.
Aunque nos estemos puliendo la hucha de las pensiones. Éste es otro tema tabú del que, tarde o temprano, habrá que hablar: o restringimos las ayudas sociales o no llegarán las pensiones para todos. Con las cotizaciones a la Seguridad Social ya no basta.
Pero, por supuesto, es harto complicado expulsar inmigrantes sin papeles porque, después de jugarse la vida en el Mediterráno o cruzando África, lo último que quieren es ser devueltos a sus casas.
Sin olvidar las contradicciones en la legislación española. En teoría, la Ley de Extranjería prevé su expulsión pero en la práctica pueden empadronarse en cualquier ayuntamiento sin tener los papeles en regla. ¿Los Ayuntamientos no son Estado?
En el 2010, el Ayuntamiento de Vic -una población con casi un 25% de población extranjera- decidió no empadronar a los inmigrantes sin papeles. O al menos comunicarlo antes a la Policía.
La medida se atribuyó al líder de Plataforma, Josep Anglada, pero lo cierto es que fue aprobada con los votos también de CiU, PSC y ERC, que formaban entonces equipo de gobierno.
Da igual. Desató una crisis política por la presión de las direcciones de los respectivos partidos y de algunos medios de comunicación. También del Gobierno español. Era la época del talante. Zapatero estaba al frente. El ayuntamiento se echó atrás.
Los inmigrantes recién llegados, pues, disponen de atención sanitaria y educación escolar para sus hijos con sólo empadronarse. Y para ello sólo es necesario pasaporte en vigor y contrato de alquiler. Ni siquiera te preguntan si has entrado legalmente en el país.
De hecho, la expulsión es dificilísima. La propia Ley de Extranjería considera que la estancia irregular no es un delito sino una simple infracción administrativa. Y, por lo tanto, la sanción principal es una multa. ¿Cómo van a pagar una multa gente sin recursos?.
Tras la multa tiene un plazo de tiempo para abandonar voluntariamente el país. Si no lo hace, entonces sí se puede iniciar un expediente de expulsión. Pero incluso en este caso: ¿cómo localizas una persona para su expulsión? Porque aquí estamos a favor de cerrar los CIE y del todos a la calle.
Además, solo se inician los trámites cuando existen otros factores como la existencia de antecedentes penales, que el inmigrante irregular dificulte su identificación o carezca de domicilio. En resumen: no se expulsa a nadie sólo por no tener papeles. Todos los que llegan, se quedan.
Una última reflexión: el debate sobre la inmigración es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de medios de comunicación -progresistas, por supuesto- profesores universitarios, miembros de ONGs o partidos de extrema izquierda.
Viven en una burbuja. Para hablar con propiedad de la inmigración hay que vivir en una localidad con mucha población extranjera. Hagan como yo: en Martorell hay oficialmente un 18%. Aunque en realidad la cifra es superior porque los sin papeles no salen en las estadísticas y los nacionalizados dejan de salir.
Y si vives en algunos barrios como el casco antiguo todavía es más porque tiende a concentrarse: sólo hay que ver el Raval de Barcelona. Lleven también a sus hijos a una escuela pública con más de un 50% de alumnos extranjeros. Yo lo he hecho durante muchos años. Se darán cuenta de que no todo es un camino de rosas como dicen los expertos.
Ya lo decía Ayaan Hirsi Ali en uno de sus libros: “Occidente está lleno de departamentos académicos, comentaristas o intelectuales que escriben acerca de la diversidad y el respeto hacia las culturas minoritarias".
"Tienen un interés consolidado (en forma de cátedras universitarias dotadas de fondos y publicaciones subvencionadas) en que las minorías sigan atrapadas a medio camino entre su modo de vida ancestral y la civilización, puesto que así resultan una fuente de ingresos para estos profetas de la diversidad" (1). Pues eso.
(1) "Mi vida, mi libertad (Autobiografía)". Galaxia Gutenberg, Barcelona 2007