Rotundamente, no. Catalunya siempre ha sido un pueblo pacífico, abierto, acogedor. Catalunya, terra d'acollida; repiten con frecuencia.
Nuestros políticos, sobre todo los del sector soberanista, han insistido mucho en que el proceso es pacífico. Lo he oído incluso desde la tribuna del Parlament.
En efecto, en líneas generales, ha sido no violento. Aunque desde luego los jueces discrepan. Da igual. No voy a entrar aquí en consideraciones judiciales sobre si fue una manifestación o un tumulto. Sobre si es sedición o rebelión. Yo sólo soy un plumilla.
Bueno, ha habido hasta ahora lo que se denomina casos aislados. Hace poco hubo dos de signo contrario el mismo día: la agresión a un vecino por arrancar lazos amarillos y otra a un grupo por colgarlos.
Esta última fue atribuida a ultras. Pero no si fueron los medios o es que realmente eran ultras. En Catalunya, actualmente, se tiende a generalizar. Todo el que no está a favor del proceso es un facha.
¿Qué pasará si un día coinciden en plena calle los de uno y otro bando? ¿Pueden llegar a las manos?
Al fin y al cabo, Catalunya tiene una gran tradición en revueltas, bullangas -palabra que incluso incorporamos al castellano- y altercados.
Sólo hay que repasar el siglo XIX. Y Barcelona fue conocida en los años 20 como la ciudad de las bombas. Era cuando mataban por las calles.
Vicens Vives, en su Notícia de Catalunya, contó casi media docena de conflictos. Ganábamos incluso a ingleses y franceses. Aunque él incluía guerras y rebeliones.
Pero sigo pensando -espero- que no. En teoría, Catalunya es una sociedad abierta, madura, avanzada, democrática.
Otra cosa son las tentaciones. Tras el 155 ya aparecieron algunas pintadas a favor de Terra Lliure. Y al periodista Tomás Guasch le acaban de pintar el garaje de su casa con el mismo emblema pese a que no ha salido por el Telenotícies.
El proceso, lamentablemente, ha centrifugado a la sociedad. Como la ropa que queda pegada al tambor de la lavadora.
Los de los lazos amarillos están cabreadísimos por el 155 y los otros están cabreadísimos de que les echen la culpa. Supongo que también de lo que consideran una ocupación del espacio público. O del ninguneo en TV3.
¿Puede desembocar todo ello en un conflicto civil? ¿Qué pasará si un día hay una pelea? ¿Puede escamparse, generalizarse?
Las guerras se saben como acaban -generalmente por agotamiento- pero nunca como empiezan. ¿Quién pegó el primer tiro en Sarajevo? Es un misterio.
La tradición juega a nuestro favor: Los catalanes ya fuimos protagonistas de una de las guerras civiles más largas de la historia (1462-1472). Mucho más larga que la guerra civil americana (1861-1865) o a la española (1936-1939).
Sólo superados por los ingleses. Ellos tuvieron tres entre 1640 y 1651 tras el derrocamiento del Carlos I. A la cuenta tendríamos que añadir la guerra de las dos Rosas (1455-1487).
Sin embargo, Inglaterra sigue ahí. Yo siempre he pensado que una de las causas de la decadencia de Catalunya durante la Edad Media fue el enfrentamiento entre la corona y la Generalitat. Los historiadores nacionalistas suelen pasar de soslayo. El país, que creo que entonces tenía unos 400.000 habitantes, debió quedar arrasado.
En fin, sigo pensando que el proceso no puede desembocar en violencia -y lo digo por tercera vez, como Judas- pero si nunca prende la mecha habrá que recordar aquellas palabras proféticas de Artur Mas tras la sentencia del Estatut: “hay que abrir un nuevo camino evitando al máximo las fracturas sociales dentro de Catalunya. Éste es un bien a preservar”. Si se descuida.