Ayer fui expresamente al Parlament para poder escuchar, in situ, el primer discurso oficial de Raül Romeva como flamante conseller de Asuntos Exteriores de la Generalitat. Aunque la XXV Jornada europea del Consejo Catalan del Movimiento Europeo, dedicada este año a los municipios, tampoco era el foro de Davos o una cumbre de la UE.
Estaba el secretario de la Mesa, Joan Josep Nuet; nuestro embajador en Bruselas, Amadeu Altafaj; y el diputado delegado de Relaciones con la ciudad de Barcelona de la Diputación, Jaume Ciurana. ¿La Diputación necesita un diputado para mantener relaciones con Barcelona?. El cargo comunitario más alto era el jefe adjunto en España de la dirección general de política regional y urbana de la Comisión Europea, Jordi Torrebadella.
Además, a la hora de la verdad, me perdí el discurso de Romeva por una llamada de Intereconomía, que querían que hiciera pedagogía en directo. Cuando volví tuve tiempo sólo de coger una frase del nuevo conseller: "Europa está basada en la legalidad, pero también y fundamentalmente en la democracia". En Bruselas ya tiemblan.
Hice lo que se hace en estos casos: preguntar a un colega si había dicho algo más importante. La respuesta unánime de los otros tres periodistas que había en la sala de prensa en ese momento fue unánime: "no".
La nota oficial, en efecto, está llena de vaguedades: "la diversidad es la esencia de Europa", "Europa es más necesaria que nunca" o "Europa será horizontal y transversal o no será", versión Junts pel Sí de la conocida frase del obispo Torras i Bages. También de otras como "Catalunya ha sido, es y será un puente hacia Europa" o "Catalunya se encuentra en un momento de cambio político".
Ahora voy a hacer una confesión: yo -durante una etapa de mi vida ecosostenible- voté a Romeva en las elecciones europeas de 2004. Pero desde que hizo una visita a Martorell para interesarse por los patos y el repaso de la BBC su cotización en mi canon particular ha bajado mucho.
El problema, sin embargo, no es Romeva: el problema es que nos hemos instalado en un bucle. La política catalana se ha convertido en un tiovivo que da vueltas sin cesar sobre el mismo eje. Como nadie quiere coger el toro por los cuernos y decir la verdad -no se puede llevar a cabo la independencia con sólo el 48% - llenamos la agenda de actos como la recepción en Miss Mundo, discursos ante la Policía Municipal de Girona o cumbres con Carme Forcadell.
Otros, como Josep Rull, lo dicen en la prensa local a ver si cuela. O se inventan nuevas expresiones y metáforas como decía en el artículo anterior: ahora se ha puesto de moda la palabra "herramientas" en vez de independencia. Al final la culpa no será de España sino de los "mercados financieros". Los catalanes nunca tenemos la culpa de nada.
Es verdad que Puigdemont y el resto del Govern deben tener esperanzas de que Rajoy no continúe -ya lo dijo el presidente cuando dejó de ser alcalde: "está en funciones"-, pero si no está Rajoy habrá otro. Y si no es del PP será del PSOE. O incluso de Podemos. Tarde o temprano alguien tendrá que reabrir el diálogo con Madrid. Han llamado antes de un programa de radio que del Palau de la Generalitat.
Xavier Rius es director del digital catalán e-notícies