En la Diada del 2017, en teoría la última antes de la independencia, me encontré a Quico Sallés, periodista indepe ilustre.
Lo había visto hacía poco en TV3, en el desaparecido programa FAQS, a raíz del registro aquel de la Guardia Civil a una revista de Valls.
Me sorprendió porque dijo que, la operación policial, significaba que “el Estado tiene miedo”.
Al cruzarnos en Plaza Catalunya, donde se desarrollaban los actos, le comenté: “Quico, no te equivoques: los Estados no tienen miedo”.
“El miedo es un sentimiento humano. Y los estados no tienen alma”, añadí.
Me parece que fue una definición exacta aunque fuese mía.
Luego lo vi en alguna otra intervención más, como cuando salió con un tricornio, que creo que le costó el despido de La Vanguardia pero ése es ya otro tema.
En efecto, una de las cosas que me ha sorprendido del independentismo es cómo subestimó al Estado.
El Estado no son sólo jueces y fiscales. O la Policía y la Guardia Civil. Es también el Ministerio de Asuntos exteriores, las embajadas, los altos funcionarios, el BOE y el control del DOGC si hace falta. Que es lo que ocurrió con el 155.
Aquí, como saben, se pensaron que esto de proclamar una independencia unilateral sería coser y cantar.
No sólo eso: es también la razón de Estado.
Los estados, cuando se sienten amenazados por un factor interior o exterior, reaccionan.
Incluso, a veces, de manera violenta.
Los más viejos del lugar se acordarán: Mitterrand, que era el presidente de la República Francesa -y socialista para más señas- envio a mediados de los 90 a los servicios secretos franceses a hundir un barco de Greenpeace a Nueva Zelanda, el Rainbow Warrior, que protestaba contra las pruebas nucleares francesas en Nueva Zelanda. Con tan mala fortuna que mató a un fotógrafo. Además los pillaron.
Y Margaret Thatcher, ésta conservadora, autorizó la ejecución de tres terroristas del IRA que habían desembarcado en Gibraltar -evidentemente para cometer atentados- por el SAS a finales de los 80.
Cuando, del revuelo creado, le preguntaron en el Parlamento británico sobre el asunto dijo aquella frase mítica: “Yo disparé”.
Evidentemente no estoy a favor de la guerra sucia. Y si se cometen ilegalidades hay que investigar a fondo.
Pero no me extraña que el Estado -el Gobierno del PP en este caso- montara la Operación Catuluña -una chapuza-, haya recurrido a Pegasus -en el caso de que haya sido el Estado- o hubiera infiltrado un policía entre los que cortaban la Meridiana que, de paso, se cepilló a más de media docena de activistas sin que hubiera queja hasta que trascendió su identidad policial.
Estas cosas, los Estados, las hacen.
Y si nunca Cataluña se convirtiera en un estado independiente me temo que los casos de guerra sucia serían igual o peores.
Han demostrado con creces su falta de respeto a la ley, a las minorías e incluso a más de la mitad de los catalanes.
