Una de las consecuencias del proceso es que se ha cargado también el catalanismo.
Además de la Generalitat, el Parlament, la función pública, los Mossos, TV3 y la famosa escuela catalana.
Porque nadie osó en su momento levantar la voz, realizar la más mínima critica, dimitir en pleno clímax.
Claro, todos tenían cargo oficial: Santi Vila, Àngels Chacón, Marta Pascal.
Ahora todos van lloriqueando por las esquinas. O, peor aún, diciendo que ellos ya lo decían.
¡Mentira!
El catalanismo ha perdido también otra cosa: la aureola de buena gestión que llevaba incorporada desde la Mancomunidad.
Al final te das cuenta que no era la Mancomunidad ni el catalanismo. Era el hombre: Prat de la Riba, que al menos tenía las cualidades básicas para ejercer de político: tener los pies en el suelo, la cabeza encima de los hombros, no estirar más el brazo que la manga.
Nos quejamos -se quejan- mucho de España pero aquí tenemos la interminable Línea 9, Spanair o el no a la ampliación del Aeropuerto. Por citar sólo algunas iniciativas frustrantes.
Tanto pedir una Catalunya lliure de peatges y ahora resulta que los más caros, eliminados los del Estado, son los de la Generalitat.
Pero se ha quebrado también -al menos a nivel íntimo- otra cosa más importante: mi propia confianza en el catalanismo.
Yo que lo mamé desde pequeño gracias a mi abuela.
Son como Colau pero en versión benestant: ni carne ni pescado. No sabes si van o vienen. Siempre con pies de plomo.
Por ejemplo, Santi Vila, que ahora va de moderado, da este lunes una entrevista en El Periódico y le aconseja a Puigdemont “que se quede muchos años en Waterloo”.
No, coño, lo que tendría que hacer es aconsejarle que vuelva, que de la cara. Como Zelenski, el presidente ucraniano, que permanece al pie del cañón. Nunca mejor dicho. No haber salido por patas.
“Que por mucho que recupere la inmunidad parlamentaria, no se fíe de las instituciones de la justicia españolas porque si pone un pie en España, ya se verá dónde acaba”, añade.
Ahí debe estar resentido porque la justicia le pide cuentas por las obras de arte de Sijena que él retuvo pero no es culpa de la justicia, es culpa suya. Y ahora hasta los suyos lo han dejado tirado.
La justicia puede equivocarse -los jueces son humanos- pero en realidad ha fallado en más de una ocasión a favor de los independentistas porque juzga hechos no ideas.
Y si no que se lo pregunten, por poner sólo un ejemplo, a Jordi Turull, que lo exoneraon de alzamiento de bienes cuando parecía una operación cantada.
Seguramente el problema es que Santi Vila quiere regresar a la política y no sabe cómo.
Ya lo hemos visto en otros casos. No saben vivir fuera de ella e incluso tienen hambre de micrófono, de continuar en el candelero.
Finalmente son todos recolocados. Como Joana Ortega, ¿qué se hizo de aquel outlet que fundó?
¿Y del restaurante de Benach?
O el caso de Meritxell Borràs, nombrada recientemente directora de la Agencia de Protección de Datos catalana sin tener experiencia previa en la materia.
Se le nota el plumero a Santi Vila porque cuando le preguntan si Barcelona está en decadencia dice que no, que “tiene un mal gobierno sin liderazgo”.
Parece se postula para ser alcalde de Barcelona. Lo que no sabe Santi Vila, él que es historiador, es que se la ha pasado el arroz.
Hay todo una generación de políticos catalanes a los que se los ha llevado el viento. Mejor dicho: el proceso.
Para ser alcalde de Barcelona hay que ser un líder, tener criterio propio, verlas venir. Y Santi Vila demostró en su día que no lo era.
Gracias, Santi, pero ha pasado tu tiempo. Dedícate a la empresa de aguas de Banyoles o a la historia. Quizá en esta segunda actividad todavía tienes tiempo de rehabilitar tu imagen.
Pero no olvides que, para hacerlo, hay que decir siempre la verdad. Incluso cuando estabas en la cresta de la ola.