Oriol Junqueras acaba de confirmar que la jugada de Arrimadas -pactar con el PSOE la prolongación de estado de alarma- es acertada.
Tenía cosas buenas: ha eclipsado a Pablo Casado en el último debate.
Ha sacado a Ciudadanos del ostracismo.
Y ha descolocado a Esquerra como se ve.
Pero también entiendo las críticas. Incluso la baja de Juan Carlos Girauta o Carina Mejías. Es un poco lanzarse en los brazos del PSOE.
Cuando Albert Rivera se resistió a pactar con Sánchez -yo creo que era sobre todo cuestión de química personal: no se fiaban el uno del otro- también lo entendí parcialmente.
En política el pez grande suele comerse al chico. Sólo hay que ver lo que les ha pasado con el tiempo a los liberales alemanes e ingleses.
En Alemania, el FDP siempre hacía de bisagra entre la CDU y el SPD hasta que acabaron más o menos desapareciendo. Ahora ya no son el partido clave.
En Inglaterra, el libdem Nick Clegg tuvo su momento de gloria en el 2015. No es fácil en un sistema electoral como el británico, que castiga a las terceras vías.
Pero en el 2017, el conservador David Cameron barrió tras un gobierno de coalición en el que el propio Clegg fue vice-primer ministro. No consiguió ser reelegido ni por su circunscripción.
Por eso en su día entendí las precauciones de Rivera.
Aunque las expectativas de comerse al PP se han visto que eran excesivas.
Si hubiera aceptado ahora él sería vicepresidente y no Pablo Iglesias.
Que, como dijo el propio Pedro Sánchez, intranquilizaba al 95% de los votantes.
Hasta yo me sentiría más tranquilo con Rivera que con Pablo Iglesias. Más allá de las ideas políticas de uno y de otro, me parece que tiene la cabeza más bien amueblada. Y los pies más en el suelo. Amba son condiciones sine qua non para el ejercicio de la política.
Pero lo hecho hecho está. Es muy fácil juzgar a toro pasado.
Sólo el tiempo dirá si la jugada de Arrimadas es el inicio de la recuperación de Ciudadanos -que no la veamos de vicepresidenta- o de su defunción.