El martes salía yo del acto de presentación del libro de Albert Soler en Barcelona -“Estavem cansats de viure bé”- y unos colegas ilustres me preguntaron cuando acabará el proceso.
Mi teoría presonal es que no acabará.
En su forma actual terminó con la sentencia del Supremo pero es como la energía: ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Demasiados intereses creados para que hagan autocrítica, pidan perdón, replanteen la estrategia, miren hacia adelante y si me apuran -desde la óptica indepe- intenten sacar a los presos de la cárcel por la vía del indulto o de la amnistía, que es lo que intentaría hacer yo.
Pero da igual. Salí reconfortado del acto. Hacía tiempo que no me reía tanto.
Ahí estaban en primera fila espadachines de la lengua como Ramón de España, Víctor Amela y el citado Albet Soler. También Alfonso de Villalonga para acabar de amenizar la velada.
Ramón expuso alguna teoría sobre los efectos terapéuticos de los lazos amarillos que, en la gente mayor, equivalen a la petanca o el dominó.
Incluso lanzó la idea de hacer un Joc de Cartes -ese programa de TV3 sobre restaurantes en el que al menos no hablan del proceso- en el Bar Cuéllar.
Concretamente propuso dejar Vicent Sanchis en manos de don Antonio, el propietario del local, una temporada. Igual arreglábamos lo de TV3 en un santiamén.
Yo propuse directamente el asalto a la cadena, real o metafórico. Al fin y al cabo toda esta tropa -incluidos los colegas de Sant Joan Despí- se han apuntado a la moda Colau según la cual las leyes injustas hay que incumplirlas. Lo que no he entendido nunca es quién decide cuáles son las injustas.
En fin, Albert Soler es en estos momentos la pluma más afilada del periodismo en catalán. En palabras cariñosas del propio Amela, el mejor "hijo de puta" de la profesión.
Y que conste que no es fácil practicar el saludable ejercicio de la sátira. Todavía menos por escrito.
Para muestra un botón: “Ramón Cotarelo es una persona de setenta años que se viste como uno de quince y, lo que es peor, que piensa y razona como un niño también de quince cosa que lo convierte en uno de los intelectuales de referencia del proceso”.
A él se le debe también la definición de Carles Puigdemont como el Vivales. Definición que encaja como anillo al dedo en el de Waterloo.
No se crean, sin embargo, que todo fueron risitas.
El director del Diari de Girona, Jordi Xargayó -que es el rompeolas que para los golpes- nos obsequió con algunos datos empíricos.
Tras llegar a la presidencia el mencionado Puigdemont, El Punt recibió 2,3 millones de euros en publicidad institucional. El Diari de Girona, setenta mil y pico.
Cosas del denominado espacio comunicacional catalán. Algunos han confundido el periodismo con la artillería mediática. Y nos quejábamos de la brunete.
Pero lo que les decía, los indepes van todo el día cabreados.
Basta ver la cara de Eduard Pujol, conocido en ambientes parlamentarios como el del patinete. Este hombre está enfadado con el mundo. Cuando no es el dedo amenazante es la mano alzada.
El razonamiento independentista es: ¿Como puede ser que Catalunya, pueblo milenario, no sea un estado independiente?
En tan legítimo pensamiento olvidan no sólo la oposición del Estado sino sobre todo de más de la mitad de los catalanes.
Y también, por qué no decirlo, la calidad de la clase dirigente del proceso. Me temo que en este caso el factor humano ha sido fundamental. Materiales de derribo.
Que conste que los otros -los llamados constitucionalistas o unionistas para TV3- también tienen motivo de agravio.
Al fin y el cabo, les han llamado súbditos, colonos y hasta ñordos. Palabra de moda, supongo que por la ñ de España.
Pero se lo toman mucho mejor. El martes, en El mama-La papa del Pasaje Calders, se lo tomaron todos con mucho sentido del humor.
El propio Víctor Amela concluyó el acto con esta fórmula mágica: “risa, risa, risa”.
El sentido del humor es una arma poderosísima. Y los indepes no los saben. El proceso está perdido.