Los de Esquerra han montado un pollo monumental en el Congreso porque les han llamado "golpistas".
La sesión incluyó la expulsión de Gabriel Rufián y la acusación no probada de lanzar un escupitajo.
Rufián le llamó “hooligan” a Borrell. Incluso que era “una vergüenza para su grupo”.
¿Cómo dice el refrán? ¿No ver la paja en el ojo ajeno?
No es que se caracterice precisamente Rufián por su oratoria parlamentaria y sus dotes dialécticas.
Joan Tardà, en declaraciones a TV3, se justificó diciendo que "cada vez que nos digan golpistas, nosotros les diremos fascistas”.
Los de la cadena pública -Helena García Melero, Toni Soler- han cerrado filas invariablememente con Esquerra.
En el Tot és mou entrevistaron a Tardà pero no al ministro de Exteriores. No sé si por decisión propia o ajena.
Y el diputado en el ojo de la tormenta, Jordi Salvador, ha desmentido en twitter la acusación. Pero ha evitado hacer declaraciones en público.
En la rueda de prensa en el Congreso el día del incidente ni siquiera habló. Permaneció en silencio. En las fotos sale en un extremo del grupo.
A mí me acusan falsamente de lanzar un escupitajo y la armo. Rosa Maria Mestres, una de las redactoras del gabinete de prensa de la Generalitat, ya sabe que una de las cosas que más me molesta es que me tomen el pelo.
El problema es que el unionismo y el procesismo se han enzarzado hace meses en una batalla por dominar el marco mental del proceso.
Ya lo dijo el presidente Torra en aquel artículo en El Periódico: “el lenguaje es poder y quien lo controla o quien es capaz de manipularlo tiene capacidad para cambiar la percepción de la realidad”.
Pero tampoco sé mucho de qué se quejan los de ERC. Dos días después de las justificaciones de Tardà, salió Puigdemont hablando en twitter de “golpe de estado”.
Yo, desde luego, no creo que el proceso sea un golpe de estado. El golpe de estado fue Tejero el 23-F pistola en mano.
Pero el independentismo se ha caracterizado también por sus excesos verbales. España tampoco es Turquía. Ni la España actual es la España de Franco. Decirlo creo que incluso perjudica al independentismo. En Europa no se lo cree nadie.
El actual consejero de Interior, Miquel Buch, llegó a comparar a España con Corea del Norte. Y le han dado mando sobre 17.000 agentes armados.
Mientras que el portavoz parlamentario de JxCat, Albert Batet, elevaba el listón en el último pleno del Parlament. Batet equiparó a los presos con los de Guantánamo.
Y recientemente el presidente del Parlament, Roger Torrent -el mismo que se comprometió a “recoser” la sociedad catalana tras su acceso al cargo-, acusó a la jefa de la oposición, Inés Arrimadas, de no tener sentimientos.
A la misma tesis se apuntó luego la portavoz de ERC, Anna Caula. E incluso el director de una cadena pública como TV3, Vicent Sanchis.
No sé de que se quejan los de Esquerra. Ellos también han contribuido a enrarecer el ambiente.
Que lejos quedan los tiempos en que algunos intelectuales como Salvador Cardús decían que el independentismo tenía que tener una dimensión moral.
Quizá el problema es que aquí ha llegado a presidente una persona que pensaba que los castellanohablantes -aproximadamente la mitad de la población de Catalunya- “son bestias carroñeras, víboras, hienas con una tara en el ADN”.
Yo, hace una semanas, me encontré a uno de los diputados de ERC en el Congreso -de los que abandonó el hemiciclo- y me dijo que iba “a favor de los españoles”.
Me dejó helado porque ha sido el veterniario que ha cuidado a mi perro durante doce años. Obvio el trato de favor que le dispensaba -con entrevistas y todo- cuando era el único crítico de Unió.
Nos hemos vuelto locos. Todos. Pero unos más que otros. Pobre Catalunya.