Espero amb candeletes que el juicio del Supremo contra los encausados del proceso lo emitan en vivo y en directo.
Como en los canales americanos especializados en causas judiciales.
O el de O.J. Simpson, aquella estrella de futbol americano, que hizo las delicias de la audiencia.
Puede ser un reality show.
Hasta ahora parece que hay tres estrategias de defensa:
- Pimera, los que están dispuestos a inmolarse y a hacer una defensa política: Rull, Turull, Romeva, los Jordis.
Supongo que aquí deberíamos incluir a Oriol Junqueras aunque con el exvicepesidente no se sabe nunca si va o viene.
Si yo fuera él empezaría a largar contra Carles Puigdemont. Que el muerto lo cargue otro. O al menos repartir las responsabilidades.
- Segunda: los que ya han dicho o han insinuado que intentarán una defensa jurídica.
Que lo importante es salir lo mejor librado: Dolors Bassa y Meritxell Borràs. Quizá también Joaquim Forn.
- Y tercera, los que mantienen un perfil bajo: Carles Mundó, Santi Vila.
A Carme Forcadell tampoco se la oye mucho.
En mi opinión puede ser un campi qui pugui.
El abogado de esta última, por ejemplo, ya admitió el sábado que puede haber "diferencias" entre los procesados. Son mucha gente.
Tampoco es lo mismo ser consejero con despacho, coche oficial y escolta que estar sentado en el banquillo de los acusados.
Y, la verdad, es que para acabar aceptando la jurisdicción de la justicia española no hacía falta proclamar república alguna.
Cuántos disgustos nos habríamos ahorrado.
Ken Loach tiene una película muy buena sobre la independencia de Irlanda (“El viento que agita la cebada” en su traducción al castellano) en la que muestra que lo primero que hacieron los irlandeses fue crear sus propios tribunales.
No es el caso, claro. Aquí unos fueron a declarar como corderitos al Supremo. Y los otros salieron zumbando para Bruselas.
Companys, tras el 6 de Octubre, al menos se quedó en Palau.
Lo jodido es que al final quién consiguió al final desbaratar el proceso no fue el CNI ni Soraya ni la Brigada Aranzadi sino un simple magistrado del Supremo, Pablo Llarena. Aunque, eso sí, contó con la inestimable colaboración de la Guardia Civil. Bastó ir tirando del hilo.
Más que los aciertos del contrario sumaron los errores propios.
Cuando recuerdo aquellas ciegas jornadas siempre me viene a la cabeza la secretaria de Lluís Salvadó lanzando los papeles por la ventana siguiendo las instrucciones precisas de sus jefe.
O Josep Maria Jové apuntando hasta el último detalle en su agenda Moleskine para poder escribir en el futuro el libro de su vida.
Como Nixon, que lo grababa todo. Así acabó.
Y me ahorro otros detalles -como lo de las tetas gordas- porque no son incumbencia del Supremo.
Me temo que el juicio provocará un efecto contrario al deseado por el independentismo: no será un escaparate.
Más bien dejará al aire no sólo las miserias del proceso sino el nivel de nuestra clase dirigente porque, nos guste o no, eran los que estaban al frente del gobierno catalán.
Todo ello mientras el resto dará ánimos desde Bruselas.
Me imagino a Puigdemont diciéndole a Junqueras: "Oriol, sé fuerte".
El mismo que, tras el órdago dijo a sus consejeros: “mañana, todos al despacho”.
Que fácil es hacerse el valiente cuando no estás ante el tribunal.
Y, por cierto, está pendiente el juicio a Trapero en la Audiencia Nacional.
A éste le han hundido la carrera. Aunque él también se dejó querer.
El mayor de los Mossos no ha admitido componendas. Ni siquiera aceptó ir de diputado de JxCat.
Como hable.