He detectado en el ambiente un fenómeno curioso.
Proliferan ahora las voces que se apuntan al “pasaba por ahí” o al “yo ya lo decía”.
No, los que lo decíamos éramos cuatro gatos y fuimos condenados casi a la muerte civil.
Los que hablan del proceso en tercera persona. Incluso opinadores mediáticos que tuvieron un papel fundamental como Francesc-Marc Álvaro.
Rahola todavía no ha entrado en esa fase porque le va el sueldo pero todo se andará.
De momento compensa la falta de ingresos del Grupo Godó -decían que rondaba los 100.000 euros anuales- con colaboraciones en cadenas públicas del Estado opresor. Hay que sacar la pasta de donde sea.
Porque como dice Albert Soler en su último libro: en el proceso había también los “cooperadores necesarios”.
Los "escritores, periodistas y empresarios que les han dado apoyo, ya sea intelectual o económico”.
Y no he oído, ni en unos ni en otros, la menor pizca no ya de arrepentimiento sino ni siquiera de autocrítica o al menos de reflexión.
Porque el proceso -algo que bautizaron con el nombre de una novela de Kafka necesariamente tenía que salir mal- fue un sucidio.
Es materialmente imposible declarar la independencia de un territorio con sólo la mitad de la población.
Por mucho que se empeñe TV3. Además con el Estado y la Unión Europea en contra.
Incluso ahora que, en las últimas elecciones superaron el 51%, ya ven cómo han acabado: ¡pactando los Presupuestos con el PSC!
Y lo sabían, claro que lo sabían. A pesar de eso siguieron adelante. Fue un suicidio institucional y colectivo.
Tras la aplicación del 155 insistieron en aquello del “ni oblit ni perdó”.
Todavía te miraban por encima del hombro. Se creían los buenos de la película.
Por eso no estoy dispuesto ahora a perdonar.
El daño causado es demasiado grande.
Que apechugen al menos con el oprobio de la memoria y la maldición de las hemerotecas.