Siempre he pensado que la Transición terminó el día que el general Julio Rodríguez se hizo de Podemos.
Desde luego otros pueden considerar que fue con las primeras elecciones generales (1977), la aprobación de la Constitución (1978) o la victoria del PSOE (1982).
Pero que un ex jefe del Estado Mayor de la Defensa se declarara de izquierdas debió remover a Franco en la mismísima tumba.
Y que conste que yo -a diferencia de Pedro Sánchez- lo dejaría dónde está.
Ni que decir que la decisión del que fuera máximo jefe de las Fuerzas Armadas entre el 2008 y el 2011 se hiciera del partido de Pablo Iglesias debió a pillar a más de uno por sorpresa.
Empezando, supongo, por la que fuera ministra de Defensa, la malograda Carme Chacón. O el propio Rodríguez Zapatero.
Duran, en su libro de memorias, describe su sorpresa de forma llana: “cuando me explicaron su paso a la política no me lo creía” (1).
Por eso decía que ese día se cerró el círculo de la Transición.
Bueno, hay un antecedente: el comandante Julio Busquets (1932-2001), entre otros miembros de la UMD bajo el franquismo.
Tras la reinstauración de la democracia, fue diputado en el Congreso durante varias legislaturas pr el PSC (1977-1993).
Yo, cuando ejercí el periodismo en Madrid, me lo crucé en alguna ocasión en el pasillo del Congreso de los Diputados.
Por sus maneras afables parecía más un sabio de Oxford que un exmilitar profesional. Hasta costaba imaginárselo dando órdenes.
Tengo, por gentileza de uno de sus hijos, sus memorias pendientes de lectura (“Militares y demócratas", Plaza y Janés), que espero poderme zampar durante unas vacaciones. Merecen una lectura atenta y reposada.
Pero, volviendo a Julio Rodríguez, querría expresar mi felicitación personal pese a que a mí no se me ocurriría votar nunca a Podemos.
Hay que ser muy valiente, en los tiempos que corren, para dedicarse a la cosa pública.
Me temo que después descubrió que en política hay, a veces, más navajazos que en el Ejército.
Además, su carrera ha sido desigual.
En las elecciones generales del 2015 concurrió como candidato por Zaragoza pero no salió.
Y en las del 2016 hizo lo mismo por Almería. Tampoco consiguió escaño.
Lo que pasa es que lo que se aplica a él debería poder aplicarse a otros militares -también en situación de reserva- que han decidido dar el mismo paso.
Lo digo por los cuatro fichajes de Vox: Alberto Asart, Agustín Rosety, Manuel Mestre y Fulgencio Coll.
Es curiso, en cambio, que el primero se aceptó com un signo de mormalidad democrática y los restantes hayan levantado suspicacias.
Y eso que parece más normal que un militar sea de derechas que no de izquierdas.
Lo digo por los valores: disciplina, conservadurismo, patriotismo.
Aunque, en realidad, la mayoría de líderes políticos han sido más de derechas que de izquierdas: Churchill, De Gaulle.
El que fuera presidente de la V República Francesa hasta era militar.
Y los conococidos como padres de Europa -los fundadores de la actual Unión Europea: Adenauer, Monnet, Schuman y de Gasperi- todos eran conservadores o demócrata-cristianos excepto el belga Paul-Henri Spaak, que era socialdemócrata.
Incluso diría que Lenin era de derechas pese a las apariencias. Al fin y al cabo, lo primero que hizo tras la conquista del poder fue instaurar una dictadura.
Quizá lo que sorprende en este caso es que los citados fichajes de Vox no encajan en la idea preconcebida de militares chusqueros.
Al contrario, son mandos profesionales con una larga trayectoria.
El general de división Albrerto Asarta (Zaragoza, 1951) estuvo desplegado en el Líbano y en Irak. Incluso en momentos difíciles como el ataque a la base española en Nayaf.
El general de brigada Agustín Rosety (Cádiz, 1948) ha ejercido en operaciones especiales y creo que en infantería de marina, entre otros.
Manuel Mestre (1952) estuvo destinado en Afganistán, Kuwait y Bosnia.
Finalmente, Fulgencio Coll (Palma, 1948) llegó a jefe del estado mayor del Ejército con Zapatero de presidente.
Además apenas hicieron carrera militar bajo Franco. Cuando murió el dictador tenían entre 24 y 27 años. Han vivido básicamente en democracia.
Alguna cosa pasa en el electorado.
Yo llegué a esa conclusión cuando Vox obtuvo doce diputados en Andalucía.
Recuerdo que El Mundo publicó poco después, el 4 de diciembre, fotos de todos ellos y no parecían ni monstruos ni demonios.
Al contrario: había un juez, dos médicos, una ama de casa, tres empresarios, un veterinario, una jubilada, dos abogados y un exmilitar. Supongo que de menor graduación que los anteriores.
En resumen: clases medias.
Vox ha pescado pues sus militantes, sus dirigentes, sus votantes y ahora hasta sus candidatos entre las clases medias.
En caso contrario es imposible sacar, de la nada, casi 400.000 votos en Andalucía y representación en todas las provincias.
Por eso, deberían preguntarse -incluido el alcaldable por Barcelona de Ciudadanos, Manuel Valls- porqué sus votantes huyen despavoridos hacia estas formaciones.
Además, es un fenómeno similar en toda Europa: han conseguido el 21% de los votos en Francia, el 17% en Italia, el 12% en Alemania.
Incluso en países nórdicos -con democracias avanzadas y estados del bienestar más consolidados que el nuestro- como Suecia (17%) o Dinamarca (21%).
Personalmente no considero a Vox un partido de extrema derecha sino más bien derecha extrema. La definición ha sido acuñada por el citado Duran Lleida.
Por mucho que se empeñen TV3, El País, la Ser, La Sexta o El Periódico.
A diferencia de los años 30, estos partidos no quieren acabar con el sistema democrático e implantar dictaduras sino gobenar. O al menos influir.
Vox ni siquiera se ha saltado la Constitución. No puede decirse lo mismo, por ejemplo, el independentismo catalán.
Hasta que políticos de izquierdas, periodistas y tertulianos no sean conscientes de que los valores de su electorado han cambiado no tienen nada que hacer.
Ahora la gente está preocupado por la seguridad ciudadana, el incivismo, el top manta, los narcopisos, las okupaciones o el impacto de la inmigración.
Y no se arregla con cordones sanitarios sino cambiando el chip.
Como dijo el otro día un manifestante de Castelldefels a raíz de la polémica con los menas (menores extranjeros no acompañados): es muy fácil hablar de inmigración “desde el sofá de casa.”
Pues eso.
Muchos ánimos.
(1) Josep Antoni Duran Lleida: "El riesgo de la verdad", Planeta, Barcelona 2019, página 290