Para entender la revolución rusa hay que haber estado en la casa museo de Trotski en Coyoacán, México D.F. Al entrar, a mano izquierda, pasado el gallinero, hay un árbol genealógico del líder comunista. No quedó nadie con vida.
Stalin ordenó matar, uno a uno, a todos sus familiares. Como Leon Bronstein tuvo tres hermanos y estuvo casado dos veces fue una verdadera carnicería. Entre fusilamientos, deportaciones a Siberia y desapariciones misteriosas. Los únicos que se salvaban eran los fallecidos por muerte natural.
La carnicería se extendió hasta las segundas nupcias. Incluso en caso de divorcio. Creo que sólo sobrevivieron algunos vástagos de la segunda o la tercera generación. Desperdigados ahora por los Estados Unidos o por Mexico.
No es que un tío de derechas como yo -y a mucha honra- se haya vuelto trotskista en plan Jaume Roures. Al contrario, ya saben que más bien creo que hay que recuperar, urgentemente, este espacio político en Catalunya. Pero hace tres años tuve ocasión de visitar la casa museo donde el líder comunista fue asesinado
Hasta me hizo ilusión hacerme una foto al lado de la hoz y el martillo de hormigón que hay en el jardín. La adjunto como prueba documental por si alguien duda de mis palabras. Fue la única alegría de aquel viaje. Aprovechen si tienen ocasión. En Coyoacán hay buenas librerías y un excelente café. La combinación perfecta.
En su despacho -que sale más abajo- un catalán ilustre, Ramon Mercader, le propinó un pioletazo en la cabeza. Lo había introducido escondido bajo la gabardina en pleno mes de agosto.
Tras ganarse la confianza de la secretaria -a la que encandiló con arrumacos- y de los guardas. Trotski estaba trabajando en esos momentos en una biografía de Stalin. Quedó inconclusa. Murió al día siguiente.
Entonces ya había padecido otros intentos de asesinato. Uno en mayo de ese mismo año en el que participó una de las glorias de la pintura mural mexicana, David Alfaro Siqueiros. En la cocina del inmueble todavía se ven algunos impactos de los proyectiles.
De hecho, la amistad entre Stalin y Trotski venía de lejos. En 1925 fue cesado como Comisario de Guerra. En 1926 separado del politburó. En 1927 expulsado en octubre del comité central y en noviembre del partido.
Stalin lo persiguió con saña. Primero lo deportó a Alma Ata, en la actual Kazajistán. Más tarde lo mandó al exilio. Sucesivamente a Turquía, Francia y Noruega. Hasta llegar a México.
Con todos esos antecedentes no puedo tener una imagen romántica de la revolución rusa. Agravada, sin duda, por Doctor Zhivago. En su versión tanto literaria como cinematográfica.
En realidad, desde un punto de vista estrictamente histórico, soy más de guerras o de batallas que de revoluciones. Siempre, claro, que no me hubiera tocado pegar tiros en las ruinas de Stalingrado o en las dunas de El Alamein. Mis niveles de patriotismo andan algo bajos. Y más ahora con el proceso.
Excepto la revolución americana -y eso no fue una revolución, fue una guerra (1775-1783)- la mayoría acaban fosilizándose. La revolución inglesa acabó en un régimen autoritario. Por mucho que en Inglaterra tengan un estatua dedicada a Cromwell delante de Westminster. En Irlanda no piensan tan bien del personaje.
Y la revolución francesa con Napoleón de primer cónsul. Previo golpe de estado del 18 de brumario del que precisamente este jueves se cumplía la efeméride. Sin embargo, si tuviera que elegir una, elegiría la revolución inglesa. Se cepillaron un rey un siglo antes que los franceses aunque luego la fama se la llevaron estos últimos.
En fin, en la última versión inglesa de la novela de Boris Pasternak hay una frase que viene como anillo al dedo al momento actual: “When they left the Central Russian region and made their way east, unexpected things came thick and fast”.
En la versión catalana no está tan lograda porque dice así: “Quan van deixar Rússia central per dirigir-se a Orient, van començar els imprevistos”. Quizás porque la traducción es del italiano en vez de directamente del ruso.
Pero en los tiempos que corren parece que hablen del Supremo o de Bruselas. Vamos a ver como acaba ahora la revolta dels somriures. Por lo que parece rematadamente mal. Al final ni tan siquiera un poco de épica.