Si el editor Álex Rosal me hubiera propuesto a participar en el libro “Por qué dejé de ser nacionalista” le hubiera dicho que no.
Incluso a pesar de que habría compartido así páginas con dos de mis ídolos: Albert Soler y Salvador Sostres.
Ambos auténticos picapiedra en los tiempos que corren.
En primer lugar porque soy un lobo estepario.
No me van los actos colectivos. Ni siquiera por escrito.
Y, en segundo lugar, porque el título tiene trampa.
Más con prólogo de Vidal-Quadras.
No lo digo por los autores pero el que dice que no es nacionalista catalán es, con frecuencia, un nacinalista español.
Todo el mundo lo es.
Los ingleses, los franceses, los alemanes también deben sentirse orgullosos de sus respectivos países.
Aunque algunos tengan verdaderas manchas negras en su historia.
Incluso los bangladeshíes. País, que dicho sea de paso, crece un 6,9% anual.
Quizá el único nacionalista que conozco que ha dejado de serlo soy yo mismo. De mí me fío.
Lo único que quiero a estas alturas es que me dejen en paz.
Pero si hubiera participado en el libro habría alegado tres cosas.
En primer lugar el número de jetas que ha habido en el proceso.
Tiempo habrá de hacer la lista. Lo dejo para un libro.
¿Pero cuántos se pasaron simplemente al proceso para medrar?
Pues la mayoría.
Basta con repasar los conversos del PSC: Ernest Maragall, Toni Comín, Joan Ignasi Elena, Ferran Mascarell.
Todos alcanzaron cargo. Jubilación dorada o incluso cabecera de lista.
En segundo lugar por el elevado número de frikis. Hace sonrojar.
Ha habido tantos que me dejaré alguno pero así, a bote pronto: el mosso indepe, el Joan BonaNit -que cada día les deseaba buenas noches a los presos de Lledoners-, Rai López Clavet, que se fue a Waterloo a pie -lo último que sé de él es que aparentemente lo pillaron poniendo verde en twitter a los de sus propio partido-, Mark Serra o el mosso indepe de cuyo nombre no merece la pena ni acordarse.
Yo creo que, en semejante proliferación, TV3 ha tenido mucho que ver porque a la mínima les daba cancha para alimentar las esperanzas cuando lo único que alimentaba era el frikismo.
Recuerdo que Helena García Melero tuvo al propio Rai López Calvet en su programa explicando la aventura.
El problema es que el frikismo llegó a lo más alto. Joan Canadell, que llevaba la careta de Puigdemont en el asiento del conductor, no sólo llegó a presidente de la Cambra sino también a diputado de Junts. El segundo más votado en als primarias tras la mismísima Laura Borràs.
Yo creo que la cosa empezó a torcerse en el 2012. Cuando Raúl Romeva y Ramon Tremosa presentaron una pregunta en el Parlamento Europeo sobre el pisotón de Pepe, un defensa del Madrid, a Messi durante un patido de la Copa del Rey. Otra afrenta de España.
Se armó tal revuelo que acabaron retirando la pregunta pero ahí fuer la primera vez que en Bruselas debieron pensar que pasaba algo en la azotea de los catalanes. O al menos de los independentistas.
Desde entonces empecé a sentir verguenza de ser catalán y si en el extranjero me preguntaban de dónde era siempre contestaba co un I’m from Barcelona con la esperanza de que no me pidieron más datos ni sobre el proceso ni sobre Colau.
Pero que conste que ambos protagonistas llegaron a … ¡consellers! También es verdad que el segundo (Tremosa) de manera efímera. Ahora lo veo a veces en los pasillos del Parlament como alma en pena consciente que de más temprano que tarde tendrá que reingresar a su plaza de profesor de economía la UB.
Aunque, como se sabe, Romeva no sólo llega a minister del Foreign Office catalán -parece que se hizo unas tarjetas con semejante título- sino incluso a cabeza de lista de Junts pel Sí en las elecciones del 2015. Las que tenían que llevarnos a la independencia en 18 meses. Conviene recordarlo.
Sin embargo donde he pasado más bochorno es con los disparates que se han hecho o dicho por estos andurriales.
¿Ya nadie recuerda a Quim Torra diciendo en TV3 el día antes de su elección por el Parlament que en Cataluña había una “crisis humanitaria" como si esto fuera Somalia o Yemen del Sur?
Lo digo porque los dos presentadores -uno era Carles Prats- no se atrevieron ni siquiera a matirzarle y al día siguiente, envalentonado, volvió a decirlo en el pleno de investidura.
Eduard Pujol denunciando que lo perseguía un agente del CNI "en patinete” lo cual tampoco impidió que llegara a portavoz parlamentario de JxCat.
Francesc Homs afirmando, antes de su juicio, que si lo condenaban se hundiría “el Estado”. El Estado, como pueden ver, permanece intacto.
Elsa Artadi, ahora convenientemente repescada por Fomento, comparándose con Anna Frank.
O aquella otra alto cargo de la Generalitat -nada menos que la directora general de Memoria Democrática, Gemma Domènech-, que comparó los presos de Mauthausen con los del proceso.
He estado cuatro veces en el campo de concentración nazi y, créanme, no es lo mismo.
Por eso, yo me bajo del autobús.
Ja s’ho faran.
Pero que quedé claro una cosa: no les perdono el daño causado.
En mí ha tenido uns efectos personales devastadores.
Me he quedado sin patria, sin lengua y hasta sin ganas.
Y me ahorro los daños concretos porque los periodistas no deberíamos juzgar por temas personales.
Los insultos.
El salir en carteles anónimos.
La agresión en la Meridiana.
O el hecho de que mi gobierno me dijera durante una rueda de prensa oficial, en sede institucional y sin que yo estuviera presente "racista" y machista".
Lo dijo Patrícia Plaja, pero es la portavoz de todo el Govern.
Yo, que a los 16 años, fui a recibir a Tarradellas. Y de incógnito porque mi padre era muy facha. Ella no había ni nacido.
Aunque lo peor todos estos años no ha sido el menosprecio. Ha sido la soledad. El predicar en el desierto.
A sabiendas que todo el mundo sabía que el proceso no saldría bien.
No sólo los políticos, también los medios, los periodistas, los intelectuales (sic) o los historiadores. Los Rahola de turno que los jalearon por ego, para ir a TV3 o simplemente ganar más dinero.
El otro día comí con un un exconsejero de Mas, del núcleo duro, y le dijo en su día que “la independencia era imposible”.
¿Pero entonces por qué no lo dijeron en público? ¿Por qué nadie se atrevió?
Panda de cobardes.
Por eso, lo mío es casi un exilio interior.
Pero, como dirían los indepes, lo llevo con dignidad.
Lo he dicho más de una vez: Catalunya ya no se divide entre indepes y no indepes sino entre indepes y cuerdos.
Los cuerdos deberíamos hacer algo.
Somos pocos pero valientes.
Y han hecho mucho daño.
Carteles anónimos tratando a periodistas de "terroristas"