Si la cosa en Barcelona está entre Colau y Ernest Maragall, apaga y vámonos.
La primera me ha parecido una pésima alcaldesa. Por decirlo suavemente.
El segundo, un trepa. Y me quedo corto.
Condición que se disputa en encarnizada competencia con otras ilustres figuras del proceso: Toni Comín, Ferran Mascarell o Rafael Ribó.
Todos, por cierto, procedentes del progresismo ilustrado. Lo digo por cuando van dando lecciones de honestidad, de dignidad o de ambas cosas a la vez.
Ribó todavía es hora de que dimita o dé explicaciones por los regalos de un empresario para ir a ver el Barça.
En fin, no hace falta que descubra a estas alturas el currículum de Colau.
Sólo recordar que ha sido reprobada en más de media de docena de ocasiones: por la gestión económica, por falta de transparencia, por la inseguridad, por la política de vivienda.
Això va de democracia, dicen.
A mí, lo que más me gustó fue que, cuando llegaron, empezaron a colocar a parejas y amigos.
La izquierda suele hacer en el poder lo contrario de lo que predica en la oposición.
Ha abierto todos los temas y no ha cerrado ninguno.
Como los hoteles, que ahora prefieren instalarse cómodamente en L’Hospitalet.
En algunos casos no ha tomado medidas simplemente por perjuicios ideológicos. Véase los okupas o los manteros. Al fin y al cabo son de los nuestros.
¿Ya no se acuerdan de aquel ataque de manteros a un turista norteamericano?
Al final del mandato ha visto que se le ha desmadrado y ha puesto remedio. Al menos en Plaza Catalunya.
Pero si no pueden instalarse en un sitio se van a otro.
El Raval parece el far west, con narcopisos y batallas campales entre bandas por el control del territorio.
Colau es aquel ejemplo de la izquierda -la otra es Isa Serra- de que no habiendo hecho nada bueno en el sector privado prueba suerte en la política y le va bien.
Aunque, de todos los hitos, quizá el que más me llegó al alma fue cuando desveló su condición de bisexual por un puñado de votos.
La orientación sexual, sea cual sea, hay que llevarla con discreción. Como Miquel Iceta, que fue un valiente y salió del armario a finales de los 90.
Cuando no era habitual hacerlo y menos en un dirigente político. Pero desde entonces no lo va pregonando cada día ni lo utiliza como argumento electoral.
Sólo en una sociedad como la catalana y especialmente la barcelonesa -con una evidente falta de esprítu crítico e incapaz de generar liderazgos alternativos- se entiende que Colau tenga todavía opciones.
Por lo que respecta a Ernest Margall, el alcaldable del PP, José Bou, lo sintentizó en una entrevista: “Sin su apellido, no estaría en ERC ni de broma".
Y Jordi Graupera, por citar otro alcaldable en sus antípodas políticas, ha resumido toda su trayectoria en un vídeo. No se lo pierdan.
El propio Ernest, que entró en el Ayuntamiento en 1969, admitía que hace tanto tiempo “que me da un poco de vergüenza”.
¡Y ahora quiere volver por la puerta grande!
Luego repasa su paso por el PSC, cuando ni siquiera estaba a favor del concierto económico o defendía la tercera hora de castellano.
¡Ernest Maragall es el que hizo sudar la gota gorda a Frances Homs con el Estatut!
La famosa cena de la tortilla, cuando cerraron el acuerdo final en septiembre del 2005.
Por eso, lo increíble no es Ernest Maragall haya acabado en Esquerra sino que Esquerra lo haya acogido con los brazos abiertos.
El Tete, apodo con el que era conocido en el PSC, es un converso de manual.
No le oí nunca mientras fue alto cargo con el tripartito -primero como secretario del Govern y luego como consejero de Educación- no sólo una palabra a favor de la independencia sino ni siquiera a favor del derecho decidir.
Al final del mandato de Montilla, publicó un artículo diciendo que no tenían proyecto de país.
Después de una página entera en La Vanguardia sólo pedía grupo parlamentario del PSC en Madrid.
Por eso, su conversión al independentismo tiene que obedecer a causas psicológicas o incluso económicas.
Por primera vez hace carrera política no a la sombra de su hermano.
Y hay que reconocer que no le ha ido mal: eurodiputado, consejero de Exteriores, alcaldable.
Por lo que respecta al resto de candidatos, Jaume Collboni se ve de alcalde tras la victoria de Pedro Sánchez en las generales.
Ya se lo dijo a Manuel Valls durante el debate en TV3: “hay una diferencia entre usted y yo, yo seré alcalde y usted no.”
Aunque luego abusó de la fórmula y la deslizó en un par de ocasiones más.
En política, como en el futbol, no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo.
Además, hay que recordar que pactó con Colau.
Y no se fue él. Lo echaron.
Mientras que hoy oía a Manuel Valls reivindicándose como el voto útil.
“Voleu fer fora Colau? Voteu Valls”, decía en un acto en La Sagrera.
Va con retraso.
Tendría que haber lanzado este mensaje desde el primer día.
No he entendido nunca la voluntad de Valls de disputarse la herencia de Pasqual Maragall con el resto de candidatos.
¡Pero si han pasado casi treinta años desde los Juegos!
Ni la voluntad de rehuir de los votantes de derechas. Sólo con los votantes de Ciudadanos no será alcalde.
A Valls todavía se le nota que viene del Partido Socialista Francés.
Lo dicho: apaga y vámonos.