La gran incógnita del 2019 es si el juicio del Supremo será un revulsivo para el proceso.
Un poco como el de Francesc Macià en 1927 por la invasión de Prats de Molló.
Es la gran esperanza del soberanismo: que se convierta en una gran operación de imagen.
Tengo mis dudas.
La otra es que penas duras crearán más independentistas.
El portavoz de ERC en el Parlament, Sergi Sabrià, confía que en este caso mucha gente "abra los ojos".
También tengo mis dudas.
Una de las posverdades del proceso era que, cada vez que hablaba Rajoy, hacía 50.000 independentistas nuevos.
A mí, la verdad, nunca me salieron las cuentas.
En seis años de proceso, Rajoy habló un montón de veces -más bien advirtió- y no creció el número de indepes.
Al contario, más bien se estancó entorno al 47% de los votos. Alrededor de dos millones de personas. El censo electoral es de casi 5,4 millones de personas.
Es mucha gente pero no suficiente gente. Al menos para crear un estado nuevo dentro de la UE.
Más bien creo que las palabras del dirigente de Esquerra son una manera de intentar presionar al Supremo y de paso al Estado.
Pero sospecho que, a estas alturas, lo que diga el señor Sabrià le resbala tanto al Supremo como al Estado.
El presidente Quim Torra también iba advirtiendo sobre las calificaciones del fiscal y lo único que consiguió fue rebajar las del abogado del Estado.
De rebelión a sedición. Tampoco es para tirar cohetes. El primero son 25 años de cárcel. El segundo, 15. Pero como les piden más delitos va a quedar en nada la rebaja.
El Estado, en cierta forma, ya considera amortizado el proceso. Ni una palabra del Rey sobre Catalunya en su mensaje navideño.
Lo he dicho en anteriores ocasiones: uno de los errores del independentismo ha sido subestimar al Estado español. Este es un Estado que resisitió a ETA. Y estuvieron 40 años pegando tiros.
El Estado puede permitirse perfectamente un nivel de conflictividad en Catatalunya. Lo que no podemos permitírnoslo somos los catalanes. La economía se resentirá cada vez más.
Sabrià también ha avanzado que una sentencia condenatoria supondrá, en su opinión, “una fecha clave en el futuro”. Como si fuera el turning point para la independencia de Catalunya.
Sigo teniendo mis dudas.
Es cierto que en el caso de Irlanda el alzamiento de Pascua fue en 1916 y la independencia fue en 1922.
Pero los ingleses fusilaron a 15 de los 16 cabecillas detenidos tras ser juzgados por una corte marcial. Aquí es un juicio penal. No hemos llegado a estos extremos. La huelga de hambre ha durado apenas tres semanas.
En efecto, sólo se salvó Eamon de Valera. Y porque había nacido en Estados Unidos. Con el tiempo llegaría a presidente de la nueva república.
Entre uno y otro año hubo también una guerra de independencia y después una guerra civil.
En el caso catalán no sólo se da felizmente la ausencia de violencia -al menos hasta ahora, toquemos madera- sino que Catalunya está muy polarizada.
Es una de las consecuencias funestas del proceso: ahora hay dos Catalunyas. Si me apuran hasta tres si contamos el millón de inmigrantes extracomunitarios.
Y parece difícil que hay trasvases electorales entre una y otra.
Puede haber de un partido a otro dentro del mismo bloque -por ejemplo del PDECAT a Esquerra, del PSC a Ciudadanos o incluso del PPC a Vox- pero no de uno a otro.
Difícilmente un unionista se pasará al bloque independentista y al revés.
Por eso, incluso en caso de sentencias duras, creo que no pasará nada.
A la mitad del país le da exactamente igual lo que les pase a los dirigentes del otro. Diría que a una parte incluso se alegrará en caso de penas de cárcel.
Recuerdo alguna manifestación unionista en la que el grito de guerra era "¡Puigdemont, a prisión!.
La otra mitad se movilizará pero creo que sin traspasar líneas rojas. No está el horno para bollos.
Por supuesto, TV3 informará profusamente de los hechos.
Pero tot plegat sólo servirá para aumentar al martirologio indepe.
Además, queda por por ver si en el juicio van todos los acusados a una o la unidad independentista salta por los aires en cuanto estén sentados en el banquillo.
Y que no haya reproches de los procesados hacia los exiliados. Es muy fácil hacerse el valiente en twitter desde Bélgica. Otra es dar la cara.
Finalmente está la reacción de Europa. Pero diría que que va a ser la misma que ahora: asunto interno español.
Incluso las pocas voces a favor del diálogo entre al Generalitat y el Gobierno español -como el presidente de Flandes- son a favor del diálogo, no de la independencia de Catalunya.
Y estoy seguro de que el Supremo, tras el caso Otegi, va a ser todavía más riguroso en sus razonamientos jurídicos.
Pero va a ser inflexible con la marcha del juicio.
Durante la vista oral de Francesc Homs -ante el primer intento del exconsejero de Presidencia de soltar un míting- el juez Marchena le cortó de raíz.
Por eso, lo más alarmante del nuevo año -y de los seis anteriores- es el nivel de desconexión del proceso del mundo real. El señor Sergi Sabrià és el último ejemplo.
Han creado una burbuja -el "independentismo mágico" como lo bautizó un día Grabiel Rufián- del que no saben ahora cómo salir.
Ya sólo queda el recurso del pataleo y del lloriqueo. Triste consuelo en política.
En cierta manera, los acusados del proceso han sido abandonados a su suerte. Más vale que vayan haciéndose a la idea.