Supongo que todo el mundo sabe que cuanto más gastemos en ayudas sociales menos quedará para las pensiones. No es demagogía ni populismo ni xenofobia. Son simplemente matemáticas: sale de la misma hucha. Como decimos en catalán son faves comptades, números redondos.
El pasado 1 de noviembre, en la rueda de prensa del Gobierno catalán, salió la portavoz, Neus Munté, para hacer un resumen del Informe sobre el Estado de los Servicios Sociales en Catalunya durante el 2016.
En realidad era el típico balance para contentar a la CUP -todavía no han aprobado los Presupuestos- y continuar con la retahíla de España nos roba. Según la Generalitat, el Estado ha reducido més de un 88% su aportación a programa sociales. Al día siguiente daban dos páginas en El Punt-Avui.
Pero me sorprendió la cantidad de ayudas sociales que otorga la Generalitat de manera conjunta con el Estado. En total más de 16 tipos. Supongo que, además, habrá que añadir las de la Generalitat, las del Estado, las de los Ayuntamientos, Diputaciones, etc.
Para las personas mayores, para el voluntariado, apoyo a las familias en situaciones especiales, conciliación de la vida laboral y familiar, programas específicos para mujeres, emancipación de jóvenes, prevención de maltratos infantiles, personas con discapacidad, atención a la dependencia, fondo de acogida para nouvinguts, refuerzo educativo para inmigrantes.
Desde luego, todas justificadas. Y más en época de crisis. La recesión económica ha golpeado a las clases medias que, en algunos casos, han sufrido una caída alarmante en sus ingresos. Pero lo que decía antes: todo sale del mismo bolsillo. Como dice el refrán: pan para hoy, hambre para mañana.
Durante la campaña del 27-S, recuerdo que Mas fue un día a un centro para discapacitados fisicos en el barrio barcelonés de Sant Andreu. Y la monja teresiana Vicky Molins le confesó: “me he encontrado muchas personas la aspiración de las cuáles es vivir del Pirmi”, la Renta Mínima de Inserción, una ayuda social que otorga la Generalitat. “Personas que simplemente quieren vivir de un subsidio y sin ningún estímulo”, añadió la religiosa (1).
Ya no entro en el debate sobre las ayudas que reciben inmigrantes porque a la mínima te llaman racista. Por supuesto, no reciben más ayudas por ser extranjeros sino porque sus rentas son más bajas pero ello no impide que pueda crear tensión en el futuro.
Personalmente conozco el caso de un alto cargo de la Generalitat que le ofreció a una señora extranjera -rumanesa en este caso- cuidar a su suegro. Alrededor de 1.200 euros con seguro y todo. Le dijo que no porque lo que se sacaba ella y su marido bajo mano superaba con creces lo que le ofrecía.
Y uno de los que recibía el mencionado Pirmi era el imán salafista de Lleida la que quería echar incluso Ángel Colom. Lo desveló el entonces consejero de Empresa, Francesc Xavier Mena, en una entrevista en Catalunya Ràdio (2). Mena, que venía de Esade, intentó poner orden en el Pirmi pero la izquierda se le echó a la yugular.
Aún y así encontró 4.000 personas cobraban más gracias a este subsidio que con el salario mínimo interprofesional. “Cuando queremos ofrecerles la reinserción laboral nos decían que cobraban más con el Pirmi que trabajando. Socialmente esto es inadmisible”, reconoció.
Un día, una redactora de e-notícies armada de paciencia contó una a una las ayudas concedidas por la Generalitat en el 2010 en materia de vivienda (3). De las quinientas otorgadas para ayudar al pago del alquiler -de entre 1.600 y 2.800 euros-, el 77% iban a inmigrantes y el resto a autóctonos. Eran simples datos estadísticos. Creo que tras publicarlo la Generalitat no ha vuelto a difundirlas.
El propio exdiputado del PSC Mohamed Chaib, de origen marroquí (Tánger, 1962), publicó un libro en catalán y en árabe en el que afirmaba: “No vamos bien cuando una persona que hace quince o veinte años que está en Catalunya se levanta por la mañana y piensa que los servicios sociales le continuaran solucionando todos los problemas cotidianos”. “Esto es ir por mal camino -añadía- porque estas situaciones no suponen la intregración, ni la adaptación, ni nada de nada” (3). La obra es del 2005, hace más de diez años. Supongo que continua pasando.
Personalmente me pasó en una ocasión una cosa muy curiosa. Fui al barrio de ca n’ Anglada, en Terrassa (Barcelona), a hacer precisamente un reportaje (4) sobre la existencia de guetos en Catalunya, una cosa que amablemente niegan nuestras autoridades pero que admite Ignacio Cembrero en su últim libro (5).
Me acerqué a un bar en el que había al menos una cuarentena de clientes entre la terraza y el interior, todos musulmanes, un día laborable. A uno le pregunté de qué vivían y me respondió en un castellano precario que “estamos en paro o en ayudas”. Me quedé de piedra, claro. Lo conté en un artículo. Quizá sí que algo hemos hecho mal.
Hay que empezar a cambiar el paradigma. Como Kennedy: no preguntes lo que puede hacer el país por tí, sino lo que puedes hacer tú por tu país. Si no podemos ir despidiéndonos de las pensiones aunque el Gobierno del PP no nos lo diga.
(1) La Vanguardia (Josep Gisbert): “Mas reivindica la esencia social del independentismo”, 13 de septiembre del 2016
(2) Entrevista en Catalunya Ràdio, 18 de agosto del 2011
(3) Mohamed Chaib: "Ètica per a una convivència", L'Esfera dels Llibres, Barcelona 2005
(4) e-notícies: "Immigrantes reciben un 77% de las ayudas de vivienda”, 15 d'abril del 2011
(5) e-notícies: “La Catalunya musulmana.La inmigración convierte algunos barrios en guetos islámicos”, 14 de mayo del 2015
(6) Ignacio Cembrero: "La España de Alá", La Esfera de los Libros, Madrid, 2016