Para entender a Mas hay que retroceder hasta la conferencia que dio el 25 de noviembre del 2014 en el Fórum. Bueno, de hecho habría que retroceder hasta las elecciones del 2012 cuando perdió doce diputados de golpe. Pero eso daría más para un libro más que para una simple columna.
En esa conferencia propuso por primera vez oficialmente avanzar elecciones -otra vez- a cambio de una lista conjunta con ERC. Era una manera de salvar el pescuezo político porque todas las encuestas auguraban que quedaría por detrás de ERC. Entonces tendría que hacer como Montilla en el 2010: irse a casa.
Pero había un párrafo en la citada conferencia que indicaba ya el perfil del personaje: “si se quieren elecciones para cambiar el Gobierno o para modificar la representación de cada uno en el Parlament no habrá avance electoral”. “En este caso -amenazó- se harán cuando toquen: al final del 2016”. Poco menos que un chantaje. En democracia las elecciones se hacen, básicamente, para cambiar los gobiernos. Sobre si lo hacen mal.
El líder de ERC, Oriol Junqueras, replicó unos diás después con otra conferencia, el 2 de diciembre, en la que propuso listas separadas para “maximizar” el voto independentista. Junqueras no se equivocaba: la ley d’Hondt es más generosa con las listas separadas que con las conjuntas. Ahora se ha visto con Podemos e Izquierda Unida. Dos más dos en política no siempre son cuatro.
Pero Mas volvió a la carga unos meses después, en junio del año pasado, con la lista de país en otra conferencia en Molins de Rei (Barcelona) en la que implicaba a la mal llamada sociedad civil. La sociedad civil -léase ANC o Òmnium- han hecho con frecuencia el trabajo sucio a Convergència. Como TV3. Magníficamente recompensados por otra parte: la presidenta de l’ANC acabó siendo presidenta del Parlament además de que tienen tambíen la consejera de Agricultura en el Govern. En fin, un trampolín.
Aquellos días yo pasé vergüenza ajena porque recuerdo que en el pleno del Parlament del 8 de julio lo más importante no es lo que se debatía dentro de la cámara si no si la lista era con políticos o sin, si Mas iba primero o dónde iba mientras la mayoría de la prensa catalana -en vez de ejercer de cuarto poder- miraba hacia otro lado.
Los catalanes pasamos también por el mal trago de ver como el pacto -otra vez con la sociedad civil por medio- se alcanzaba no en la sede de un partido o al menos en un territorio neutral sino en el propio palacio de la Generalitat. Tarradellas no lo hubiera consentido. Incluso Pujol -con el que llegó al máximo la identificación entre Catalunya i la institución- nunca llegó a tanto.
En fin el resultado es conocido: ganaron pero no con suficiente margen. A pesar de eso, Mas salió al balcón la noche electoral y dijo aquellas frase en cuatro idiomas. Se nota que ha ido a escuela de pago: “Hem guanyat, hemos ganado, we have won, nous avons gagné!”. Para mí que la llevaba aprendida desde casa porque la incógnita no era si ganaban -que lo sabía todo el mundo- sino por cuánto ganaban.
La CUP lo acabó mandando a la “papelera de la historia” tras unos mesos de tira-y-afloja. Ahora va por el mundo con la espina clavada porque firma como 129º presidente de la Generalitat lo que puede inducir a confusión: parece como si todavía lo fuera.
Por eso, a mi juicio, a Mas le falta -además de instinto- cintura para dedicarse a la política: luego no sabe leer los acontecimientos. Volvió a mostrarse como un excelente teórico pero un pésimo práctico -un poco como Carod-: en la propia conferencia había afirmado que la candidatura debía tener “suificiente fuerza, suficiente masa crítica, suficiente aceptación popular, suficiente mayoría".
Desde entonces todo ha ido a peor. La refundación de Convergencia es un intento de salvar los muebles o, mejor dicho, de salvarlo todo. Principalmente consiste en hacerle un lifting: cambiarle el nombre al partido, bautizar a los militantes como asociados y hacer una dirección a medida en la que él sigue mandando. A la hora de la verdad -la de las subvenciones para el grupo parlamentario- han vuelto a votar con el PP. Pero ni siquiera se atreven a admitirlo.
A mí Mas me recuerda aquellos personajes de los dibujos animados de mi infancia que, en el momento del naufragio, hacen toto lo posible para sobrevivir. Como aquellos gatos que trepan por cubierta con el buque escorado poniendo la bota en la cara del contrario con tal de salvarse ellos. En fin habrá que esperar un año -en teoría esto del procés se acaba en agosto del año que viene y Junts pel Sí no repite- para saber si, en efecto, Mas es tan astuto como decían o todo ha sido una huida hacie adelante. Yo, desde hace tiempo, digo que la segunda.
Xavier Rius es director del digital catalán e-notícies