El unionista y sin embargo amigo Ignacio Vidal-Folch explica en su obra “Grandes borrachos daneses” -escrito conjuntamente con Lars Bang Larsen- el caso de un ministro de Exteriores noruego que negoció con su colega danés la propiedad de una remota zona del Mar del Norte.
Para relajar el ambiente, el primero sacó una botella de whisky y ambos empezaron a beber. Uno más que el otro porque el danés, en plena euforia etílica, acabó firmando la cesión. El área en disputa que tan gentilmente cedió es ahora la zona petrolífera de Noruega.
La ratafia del presidente Torra ha tenido efectos similares pero al revés sin que se sepa siquiera si llegaron a descorcharla. Ha bastado un paseo por los jardines de la Moncloa y la visita a la fuente de Antonio Machado para que Pedro Sánchez desactivara el proceso. Yo hubiera hecho lo mismo: mejor negociar al aire libre que encerrado en un despacho.
A Torra le ha podido la vanidad. Quién le iba a decir a este exabogado de Winterthur que un día sería recibido a las puertas de la Moncloa. ¡Como Pujol, Mas o Puigdemont!. Las palmaditas en la espalda, las risitas y los paseos a la sombra han hecho el resto. A veces parece que el proceso sea un ataque de cuernos. Cuando piden una “relación bilateral” debe ser eso: un trato diferencial y deferencial.
Pedro Sánchez ha engatusado a Quim Torra. Tras tan larga reunión ha quedado claro que mucho buen rollo -destacado por ambas partes- pero que sobre el derecho de autodeterminación, naranjas de la China. Y que los presos es una decisión judicial, no política a pesar de lo que iba diciendo Eduard Pujol. Finalmente lo han entendido. No era tan difícil.
Además, el encuentro ha tenido inmediatamente unos efectos catárquicos en Palau. Bastaba oir a la portavoz del Govern, Elsa Artadi, este martes en rueda de prensa. Más suave que TV3 el día que el Senado aprobó el 155: “reuniones ministeriales”, “comisiones bilaterales”, "competencias compartidas”, “negociación con el Estado”. Lo más indepe que llevaba era el lazo amarillo en la solapa. Ahora ya no es un lazo, es una flor. Queda más pijo. ¡Han vuelto a la vía autonomista!.
¿Pero entonces por qué hicieron el proceso? ¿Para acabar reivindicando la libertad de los presos? Para eso nos ahorrábamos la República de los ocho segundos y estarían tranquilamente en su casa.
Bueno, no todos. Porque no es lo mismo estar en la cárcel de Lladoners o de Figueres en plena ola de calor -a pesar de que sean cárceles catalanas- que estar libre en Hamburgo o en Bruselas. En lenguaje coloquial: Junqueras, Forn, Turull, Rull, Romeva, Forcadell, Bassa y los Jordis han pringado.
Sospecho que están empezando a comerse el coco. Empiezan a circular todo tipo de rumores de pactos con fiscalía para rebajar las penas. Aunque para ello hay que admitir el delito. Y en este caso tampoco podrían ir presumiendo de presos políticos.
Mandela estuvo 27 años en prisión. Quizá entonces seríamos independientes pero no se lo deseo a ninguno de ellos. Por eso el letrado de Comín, Gonzalo Boye, anda tan nervioso. Pero lo dicho: no es lo mismo estar en la cárcel que en relativa libertad.
Dentro de unos años, cuando haya pasado todo, habrá que reconocer que para semejante viaje no se precisaban alforjas. No es que estemos al principio del proceso, es que indudablemente estamos peor. Política, económica, social e institucionalmente. Hemos retrocedido un montón de años. Hemos vuelto a los primeros años de la Transición.