Mi exjefe y sin embargo amigo Antoni Galeote fue el primero en decirme que el proceso iba de supremacismo.
Supongo que reaccioné de la misma manera que cuando Manuel Trallero me advirtió de que podía acabar en violencia.
“¡Cómo te pasas! Los catalanes somos un pueblo culto, maduro, transversal”.
El proceso ha hecho caer varios mitos. Uno es éste.
El viaje a Ítaca -ya nadie lo llama así: se ha estrellado contra las rocas- tiene unos indudables tics supremacistas.
Siempre hablan en nombre de todos los catalanes pero, en realidad, la mitad les importa un pimiento.
En efecto, no sólo ignoran a la mitad de Catalunya sino que se han apropiado de las instituciones e incluso les tenemos que pagar sus caprichos.
Yo siempre digo que la prueba definitiva del supremacismo del proceso es TV3: sus estrellas te insultan impúnemente en directo o en las redes (“Puta España”) y además ¡hay que pagarles el sueldo!
Pero la inmersión es otro ejemplo. Se empeñan en que es una “cuestión de país”, un “modelo de éxito”, que tiene “el aval de Europa”.
La inmersión es para pasar por el tubo.
La pancarta colgada en escuelas e institutos con el lema “Para un país de todos, la escuela en catalán" significa precisamente eso.
Los padres que quieren que sus hijos estudien también en castellano que se jodan.
Además, si la inmersión tenía por objeto salvar el catalán ha fracasado estrepitosamente porque parece que, tras cuarenta años, el catalán está al borde de la extinción. Como los dinosaurios después del impacto del meteorito.
Plataforma per la Llengua ha puesto en marcha incluso una web con el nombre “emergencia lingüística”. Me recuerda aquella vez que Torra se fue a TV3 y dijo que había una “crisis humanitaria” en Catalunya. Como si esto fuera Somalia o Sudán del Sur: con niños famélicos por las calles.
Hay también una operadora catalana que utiliza el argumento como estrategia comercial. “Los lingüistas aseguran que el catalán ha entrado en proceso de extinción”, reza la publicidad
Y luego te piden que te pases a Parlem, la compañía en cuestión.
Todo esto viene a colación por la decisión del Govern de ofrecer “defensa jurídica” aquellos maestros y centros que desobedezcan la sentencia de la inmersión.
Catalunya debe ser el único sitio de todo el mundo mundial en el que el gobierno de turno propone no sólo desobedecer leyes sino hasta sentencias.
Me vienen ganas de dejar de pagar impuestos.
De hecho basta ver los cinco minutos que dedicó la portavoz, Patricia Plaja, a defender semejante iniciativa para darse cuenta de que realmente sólo piensan en la mitad de los catalanes.
“Cohesión social”, “model de éxito”, “consenso parlamentario”, “modelo que funciona”.
Los que están en contra no existen.
Llegó a denunciar “amenazas” y “coacciones” contra los que defienden la desobediencia.
Pero evidentemente olvidó las que recibió la familia de Canet. Ni una palabra. Son invisibles.
Auqnue, la verdad, como la portavoz en cuestión a mí me llamó “racista” y “machista” desde el mismo sitio sin aportar pruebas no me extraña luego que digan lo que dicen.
Menuda Catalunya nos van a dejar.