La primera y última vez que hablé con el comisario Trapero fue en el bar del Parlament.
Poco después de la polémica por la paella de Cadaqués donde salía, tocado con un sombrero, cantando una canción de Serrat.
Tras presentarme -“ya sé quién eres”, me espetó- le solté a bocajarro: “si yo fuera presidente de la Generalitat te cesaría en el cargo”.
El entonces director general de los Mossos, Albert Batlle; y el colega de TVE Lluís Falgàs eran testigos.
La cosa subió de tono pero yo le expuse un argumento irrebatible: la primera norma de un policía es la discreción.
Aunque en este caso la indiscreción fue culpa de Pilar Rahola, que quiso demostrar que tenía tan buen rollo con Puigdemont como había tenido antes con Mas.
Hasta se lo reprocharon en la portal informativo de TV3: “Una fiesta de verano es un acto privado e íntimo pero se convierte en un acto público si se cuelgan imágenes en las redes sociales y, sobre todo, si entre los participantes del encuentro hay el presidente de la Generalitat”.
Menuda indirecta, Pilar.
Me pidió que no volvieramos a referirnos a él en e-notícies como “el comisario de la paella”.
Cumplí mi palabra a rajatabla.
Luego no entendí el papel de los Mossos en el proceso. O incluso con los atentados.
Aquella rueda de prensa en la que cargó -con nombres y apellidos- contra periodistas de El Periódico.
No recuerdo una comparecencia semejante ni cuando José Luis Corcuera, el de la patada en la puerta, fue ministro del Interior.
El proceso rompió la confianza de jueces y fiscales con los Mossos, una confianza que había costado muchos años ganarse.
Lo tuve claro el día que el presidente del TSJC, Jesús María Barrientos, pidió que la Policía Nacional se hiciera cargo de la custodia del edificio.
El Govern no debería haber puesto nunca a los Mossos d'Esquadra entre la espada y la pared.
Y éstos, entre la obediencia al poder judicial y al poder político, tapoco deberían haber elegido sólo el segundo.
El Estado difícilmente puede aceptar dudas en un cuerpo armado de 17.000 agentes.
En fin, ver si vamos a acabar añorando a Josep Lluís Trapero.
No me gustó su actuación pero nadie discute su profesionalidad.
En cambio, el nuevo máximo responsable, Eduard Sallent, llega al cargo tras una carrera fulgurante: el mismo día que ascendía a comisario lo nombraban comisario jefe.
Hay también lgunos detalles inquietantes en su curículum: como su escasa experiencia operativa.
No haber mandado nunca una comisaría general o una división territorial. Y haber estado destinado a quehaceres como relaciones institucionales.
De joven fue secretario general de la Federació Nacional d'Estudiants de Catalunya (FNEC), un sindicato estudiantil independentista, donde coincidió con la presidenta de la ANC, Elisensa Paluzie.
Ningún problema siempre que deje sus ideas en casa o que su carrera no se haya visto favorecida por sus ideas políticas. No parece que sea el caso.
Por eso, si el cuerpo policial se enfrenta a una crisis como la de los atentados del 2017 y no está a la altura el primer reponsable será él por haber aceptado.
Pero después las personas que han confiado en él: el presidente de la Generalitat, Quim Torra; el consejero de Interior, Miquel Buch; el secretario general, Brauli Duart; y el director general, Andreu Martínez.
E incluso la portavoz del Govern, Meritxell Budó, que al fin y al cabo es la que da la cara ante los periodistas de la obra de gobierno.
Apunten sus nombres por si acaso. Espero no tener que volver a recordarlos en el futuro.
En Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=WzDdBPXUyrM