De entrada hay que felicitar a Carles Puigdemont. Es más listo que el hambre: una candidatura surgida hace apenas unas semanas ha conseguido desbancar a Esquerra -un partido con 86 años de historia- como opción ganadora al frente del independentismo.
El presentador de Euskal Telebista Xavier Lapitz nos lo advirtió en un debate electoral en la víspera: las elecciones del 21-D han reproducido el esquema de las elecciones vascas del 2001. Entonces todo el mundo, al menos en Madrid, daba por ganadora la alternativa constitucionalista encabezada por Jaime Mayor Oreja (PP) y Nicolás Redondo Terreros (PSE-PSOE).
Contra pronóstico ganó Ibarretxe con más de 600.000 votos gracias a una participación de casi el 80. Es justo reconocer que el subdirector del diario Ara David Miró, en una conexión en directo, también recordó el mismo caso. Y supongo que atareado con el cierre de campaña no estaba pendiente del programa.
Pero estamos donde estábamos: en el 2015, el soberanismo consiguió el 47,8% de los votos. Ahora el 47,5%. El independentismo permanece estancado en unos dos millones de personas en un censo electoral de 5,3. Tras más de cinco años de proceso no ha conseguido "ensanchar la base social" de manera significativa a pesar de su indudable éxito electoral.
Es cierto que, en números absolutos, ha ganado 106.000 votos desde las elecciones del 2015. Pero los contrarios a la independencia suman más de 2,2 millones frente a los dos millones y algo de los partidarios. El país está incluso dividido territorialmente porque Ciudadanos se ha impuesto no sólo en Barcelona sino en el área metropolitana. Hasta en el pueblo de Oriol Junqueras.
En TV3 se esforzaban ayer en poner a los Comunes al margen de Ciudadanos, PSC y PPC. Supongo que para que no se viera que el bloque unionista ganaba en votos al independentista. Pero En Comú-Podem no está a favor de una salida unilateral. Y sólo hay que recordar como se han desmarcado Pablo Iglesias y Xavier Domènech -Ada Colau ha estado más invisible- de la DUI a medida que bajaban en las encuestas.
Sea como sea es una victoria del soberanismo en su conjunto. Mucho mejor. Ahora conviene saber como nos sacan del atolladero. Es significativo que la mayoría de oradores indepes durante la noche electoral estaba más pendientes de la salida de los presos que de la República catalana. Con excepción del candidato de la CUP, Carles Riera (CUP). Previsiblemente para camuflar un mal resultado.
El resto, sobre todo los de JxCat, prefirieron restregar a Rajoy el batacazo del PP en Catalunya. El propio Puigdemont expresó la fórmula de “rectificación, reparación y restitución”. Al mismo tiempo que pedía “diálogo” y volver a la "política" al presidente del Gobierno español. Es decir, una salida.
En fin, sigo pensando lo de siempre -que es lo mismo que piensa Joan Tardà con la diferencia que a mí me insultan y a él no-: con menos de la mitad del censo electoral no se puede proclamar la independencia. Al menos en un estado miembro de la Unión Europea. Catalunya, en cierta manera, no tiene remedio: ahora es una vuelta a empezar.
Los independentistas deberían también reflexionar cómo una fuerza política que nació en el 2006 con sólo tres diputados y un 3% justito ha conseguido once años después ganar unas elecciones al Parlament. Inés Arrimadas ha obtenido la confianza de 1,1 millones de catalanes, más de un 25% de los que fueron a votar. Ciudadanos ha acabado capitalizando el 155 que aplicó el PP.
Paradójicamente, como decía el lema electoral de ERC: "La democracia siempre gana". Y unas elecciones son una buena notícia porque es la máxima expresión de la democracia. Pero Catalunya sigue dividida en dos bloques. Ahora más irreconciliables que nunca. Pese a que los países, para avanzar, necesitan consensos básicos entre todas las fuerzas políticas.