El otro día estuve toreando en Madrid, que es plaza difícil y rocosa.
Me invitaron a la tertulia de El Gato al Agua, de Intereconomía. La cadena que tiene precisamente un toro a punto de embestida por emblema.
Tenía enfrente tres toros de lidia: Javier Ortega, secretario general de Vox; Miguel Duran, ex Once y Julio Ariza, dueño y señor de la cadena.
A mi derecha Juan Arza, de Sociedad Civil Catalana y el exministro José Manuel García-Margallo.
Creo que sobreviví al trance. Al menos sin cornadas mortales.
En Madrid, como mínimo en determinados ambientes, hay la sensación generalizada de que el 155 se quedó corto. Y que es necesario otro.
Intenté transmitir a la audiencia dos ideas. Seguramente con escaso éxito.
La primera es que un nuevo 155 necesita un casus belli equivalente al anterior. Y en aquel caso fue la proclamación de la República catalana.
Si el Gobierno español aplica otro 155 sin la suficiente autoridad moral lo único que hará es dar munición al proceso.
Sospecho que es lo que quieren. La aplicación de un segundo 155 sería la manera de galvanizar los espíritus y superar el bloqueo actual.
El cuanto peor mejor se ha convertido en la única estrategia del independentismo.
Tenía, sin embargo, otro frente abierto: esto no es un golpe de Estado.
Yo soy todavía de la vieja escuela: los golpes de estado los hacen los ejércitos sublevados.
Lo del 23-F -con Tejero pistola en ristre- sí que fue un intento de golpe de estado. A mí, con 17 años, me pilló antes de un examen de inglés. Me mandaron a casa.
Hasta que el Rey Juan Carlos no salió por la tele -tarde pero salió- de uniforme y cargado de medallas no respiré tranquilo.
Personalmente me cabrea tanto que independentistas comparen España con Turquía como que españolistas equiparen el proceso al III Reich.
Nunca, nunca, nunca se puede comparar una democracia -aunque sea imperfecta como la catalana- con un régimen totalitario. Yo he estado en Auschwitz y Mauthausen.
En fin, al día siguiente -paseando por la Castellana bajo el sol de otoño- llegué a la conclusión de que Madrid considera amortizado el proceso.
El Estado ha ganado la partida. El nivel de conflictividad que generan los CDR es perfectamente asumible.
Sí, se cortó el AVE en Girona pero dos horas. El año pasado fueron seis. Y además, a quien jode, es a los propios catalanes que iban a coger el tren y a los turistas que iban a Girona.
Más valdría decir la verdad. Lo he dicho siempre, no se puede hacer la independencia con sólo el 47% de los votos en un censo de 5,5 millones de personas.
Hasta que Quim Torra no lo asuma -y no lo reconozca públicamente- no hay nada que hacer. Catalunya permanecerá encallada. El conflicto, como bien dijo el exministro, está enquistado.