Ayer tras los actos de la Diada, me encontré a Oriol Junqueras de cara.
No pudimos esquivar el saludo. Ni él ni yo.
Delante de un bar en la calle Girona en el que yo mismo me he refugiado alguna vez para tomar un café o desayunar tras cubrir la ofrenda floral a Rafael Casanova.
Fue un saludo glacial. Lo celebro. Señal que me sigue.
Estaba con la secretaria general de ERC, Marta Vilalta.
- Com estàs?
- Bé
No lo veía, en persona, desde el 2017.
La última vez, él se acordará, fue en septiembre de ese año.
Comimos juntos en el Parlament a instancia suya -había alguien más de la corte que suele acompañar a un consejero- tras una rueda de prensa en Palau con Jordi Turull, entonces portavoz de Govern.
Le eché la caballería por encima.
Recuerdo que mi primer reproche fue que no podía hacer actos a tres con Puigdemont y Romeva.
Puigdemont era tan flojo que daba conferencias con su vicepresidente y su consejero de Exteriores, Raül Romeva.
Como queriendo marcar paquete. Así se ahorraba también las preguntas porque eran eso, conferencias, no ruedas de prensa.
Hizo una en Bruselas arropado por toda la grada indepe y otra en Madrid, en un local del Ayuntamiento cedido por la alcaldesa Manuela Carmena.
“Por protocolo, el presidente de la Generalitat hace las conferencias solo”, le dije.
Junqueras pareció darme la razón. Aunque, en realidad, nunca sabes si va o viene. Auspiciado también por ese defecto visual que no sabes si te está mirando a ti o a otra persona.
El resto de la conversación se resume en una pregunta: “¿A dónde vais?”.
Ya le había advertido en una conversación anterior que, a este paso, acabaría inhabilitado.
Aunque obviamente me quedó corto. Acabó en la cárcel.
No saqué nada en claro. No decía ni que sí ni que no. Junqueras nunca sabes si va o viene. Políticamente parece más gallego que catalán. En fin, madera de líder.
Pero déjenme decirles que la culpa no es sólo suya ni de la clase dirigente que nos ha llevado al abismo: Junts, Esquerra, la CUP. Los diputados que votaron a Puigdemont o a Torra. Los altos cargos. El sotogoverno.
La culpa es de tres o cuatro mil familias. Ya lo dijo un día Adolf Tobeña. Se nota que es catedrático de psiquiatría (1).
Durante la guerra del Vietnam, los detractores pusieron de moda aquella expresión de “complejo industrial-militar” para describir a los que se beneficiaban: políticos, industria militar, etc.
Pues aquí lo mismo pero sin tiros y sin vietcongs: ha habido un complejo político-mediático. Un elevado número de personas que, durante más de diez años, han vivido del proceso.
Por lo general espléndidamente.
Y se han cargado no sólo la posibilidad de que Catalunya sea independiente -al fin y al cabo una opción legítima-, sino también una cosa mucho más importante: se han cargado Catalunya. La propia sociedad catalana.
Aquí incluyo no sólo a dirigentes políticos sino también a los que jalearon la iniciativa sabiendo desde el principio que no llegaría a buen puerto: palmeros, tertulianos, columnistas, periodistas de TV3.
Tiempo habrá de poner nombres y apellidos de todos ellos. Alguna, como Mònica Terribas, ha acabado hasta de vicepresidenta de Òmnium.
Que sepan nuestros hijos -peor: nuestros nietos y bisnietos- de quién fue la culpa de todo.
Yo no perdono.
(1) Citado en Cristian Segura:"Gente de orden. La derrota de una élite". Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022. Páginas 199 y 250